domingo, 7 de enero de 2018

El niño que dibujaba gatos, de Lafcadio Hearn







Me aventuré a leer este libro gracias a la intrincada y extravagante vida de su autor: un periodista griego de padre irlandés que tras trabajar en los Estados Unidos acaba dando clases en universidades japonesas a finales del siglo XIX. Pensé que de esas extrañísimas experiencias aparecerían textos a la altura, pero lo que me he encontrado es bastante diferente. De los 23 cuentos que integran este libro sólo 9 están escritos con seguridad por Hearn (menos de la mitad del texto total) y los otros se le atribuyen por semejanzas con el estilo. Las piezas se tratan de una curiosa mezcla de cuentos maravillosos (que podían haber sido transmitidos perfectamente a través de la tradición oral japonesa) y narrativa infantil. Aunque decir que estos textos son para niños sería un poco desconcertante porque si bien hay en ellos formas típicas de la narrativa para los más pequeños (tramas sencillas, tono desenfadado, historias con finales "normalmente" felices, objetos mágicos, amigos animales que hablan,...) también tenemos situaciones y escenas que hoy en día calificaríamos de inapropiadas sin dudarlo. La mayoría de cuentos tienen un machismo muy marcado y en ellos no es inhabitual la presencia flotante de la idea del sexo y la justificación de la violencia más sangrienta. Supongo que a finales del siglo XIX la literatura estríctamente para niños estaba naciendo y no se sabía muy bien cómo enfocarla. 

A la falta de un público objetivo que pueda disfrutar de esta obra se le suman otros problemas diversos. Uno de ellos es la sensación que deja en el lector de que las tramas siguen modelos cerrados muy simples que se repiten una y otra y otra vez hasta el hastío. Esto es propio de los cuentos maravillosos de tradición oral en el que un cuento se modifica una y otra vez generando versiones diferentes de lo mismo, que se acaban por separar para conformar nuevos cuentos. Esto es comprensible si tenemos en cuenta que el texto no estaba fijado y que se acudía a él a través de las reminiscencias que podía dejar la memoria colectiva, pero eso no quita que los editores podían haber sido más listos y omitir aquellas historias que eran prácticamente iguales para dar algo de fluidez. A veces menos es más, y para mí sobran como mínimo unos 10 cuentos. 

De entre lo que más merece la pena me gustaría destacar el cuento que da nombre a la recopilación que, si bien no encaja mucho con los demás, constituye una excelente historia de terror para adolescentes. El niño que dibujaba gatos juega muy bien con la sinestesia y con la idea del terror sobrenatural y acerca de lo inesperado. De entre los demás alguno medio qué hay, pero, por lo general, son textos carentes de todo interés, a no ser que sigas al autor o que estés estudiando sobre los cuentos maravillosos. Tenéis otra reseña en Noctámbula.





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