Por qué se cuece el niño en la polenta es la única obra que nos dejó la escritora suiza de origen rumano Aglaja Veteranyi. Constituye una especie de novela autobiográfica donde narra el desarraigo de su pueblo durante la dictadura comunista de Ceausescu bajo el prisma de su particular familia y su difícil infancia, durante la cual tuvo que sufrir todo tipo de vejaciones para sobrevivir. Es un relato duro, escrito desde el prisma de una niña que es obligada a crecer demasiado pronto y que sufre el abuso por parte de todos los adultos que la rodean, inclusive sus padres, quienes pretenden aprovechar su belleza, su ingenuidad y su talento en beneficio propio. La novela en sí es muy breve, pero tiene muchísimo jugo.
El ambiente de la narración nos sitúa en los circos ambulantes de la Europa Central de los años 1960s-1970s, donde una pequeña Aglaja de 5 años nos presenta su marginal y precaria situación en un mundo que no conoce bien del todo, pero en cuya crueldad ya está envuelta. Aglaja nos habla del trabajo de sus padres: él es un payaso húngaro, alcohólico y maltratador, y ella una trapecista que emplea la dureza de sus cabellos para colgarse desde cientos de metros. La madre de Aglaja es quien la protege de las zarpas de su colérico padre, un hombre frustrado por no haber encontrado el éxito y que lo paga golpeando y violando a su familia. A este complicado espacio familiar habría que añadir a la hermanastra de Aglaja por parte de padre que es quien le cuenta la historia del niño de la polenta: una cruda narración sobre las penurias que tiene que soportar un infante que no se ha portado "como es debido". La historia obsesiona a Aglaja, quien quiere ser una bella actriz de Hollywood y así escapar de las arenas movedizas de la polenta, de esa podredumbre que se le echa encima. No obstante, las dificultades para ello no han hecho más que comenzar.
Por qué se cuece el niño en la polenta está narrada con frases breves, pero con una gran profundidad. La visión infantil que choca con el mundo adulto me recordó ligeramente a algunos personajes de Penelope Fitzgerald y, sobre todo, al protagonista de El pájaro pintado de Jerzy Kosinski, una obra también hasta cierto punto autobiográfica. Aglaja es obligada a trabajar demasiado pronto. Su padre la abandona tras una discusión matrimonial y la deja en plena inestabilidad económica. Aunque la madre asume rápidamente el rol de traer dinero a la casa, no tarda demasiado en sufrir un accidente que le imposibilita volver a realizar cualquier número. A pesar de no decirse explícitamente, se da a entender que la pobreza es tal que en algunas ocasiones esta desgraciada mujer encuentra en la prostitución una solución temporal. En uno de estos encuentros conocerá a un amante, quien desgraciadamente es tanto o más pobre que ella. Aunque esto no será problema para el surgimiento del amor entre ambos, acabará por convertir a Aglaja más en una carga para su madre que en una preocupación constante. Mientras tanto, la joven Aglaja se desarrolla físicamente, pero no crece, no aprende, su vida es un bucle de miserias y de sueños cada vez más remotos. No va a la escuela, no sabe leer ni escribir, pero empieza a pensar que solo con la belleza basta. Con trece años y sin dar detalles a nadie, Aglaja es colocada en un club de stripteases y empieza a experimentar el brutal deseo por parte de los hombres que la rodean, quienes le lanzan miradas lascivas, saltan sobre el escenario para toquetearla y le escupen desde las mesas toda clase de insultos, proposiciones y piropos.
Así y con todo, la novela es profundamente filosófica y cuenta en este sentido con un inicio demoledor que voy a tomar la libertad de reproducir aquí:
"Me imagino el cielo.
Es tan grande que me duermo en seguida para tranquilizarme.
Al despertarme sé que Dios es algo más pequeño que el cielo. Si no, al rezar nos dormiríamos siempre del susto.
¿Dios hablará idiomas extranjeros?
¿Entenderá también a los extranjeros?
¿O es que los ángeles están en pequeñas cabinas de cristal haciendo traducciones?"
Parece una visión tierna e infantil, pero va mucho más allá. Este comienzo es una advertencia. La duda metafísica de esta niña de cinco años nos anticipa esa sensación fatídica del exiliado que duda hasta de que en la casa de Dios, más allá de la muerte, encuentre un lugar al cual pueda bautizar verdaderamente como su hogar. Crisis existencial e identitaria. Aglaja es una apátrida, repudiada dentro y fuera de su país. Sin cultura, sin esperanzas y sin ningún tipo de amor carente de interés. Veteranyi nos muestra hasta qué punto puede llegar la mente de un niño de cinco años con una dura existencia sin perder un ápice de verosimilitud. En este primer párrafo se expresa esta idea que será tan recurrente en toda la obra junto a otra: el miedo a su padre, identificado aquí con Dios, como el padre eterno, superior y omnipresente. Aglaja debe reducir a Dios para tranquilizarse, pero al mismo tiempo es consciente de que este pequeño acto podría restarle un poder para ella tan necesario como el que alguien en el universo pueda alcanzar a comprenderla. Dios, su padre payaso y el Dictador (Ceausescu) son los tres hombres poderosos de su vida. Veteranyi usará estas tres figuras, junto con la de otros personajes secundarios que irán apareciendo para denunciar los abusos de poder por parte del varones sobre la mujer y expresar la idea de que demasiados son los indeseables que han desgraciado las vidas de mujeres a lo largo de la historia, destinadas siempre, por haber carecido de la fuerza física, a un papel pasivo, resignadas. Sin embargo, más allá del catastrofismo y la denuncia feminista, Veteranyi encuentra una cura para la desigualdad, la pobreza y la incomprensión a través de la cultura y del conocimiento de las verdades descarnadas y es aquí donde hallo el por qué de este libro. Es responsabilidad de todos que vidas así no tengan que repetirse. Tenéis otra reseña en Lo imborrable (bastante más completa que la que hoy os traigo y con muchos más detalles sobre la vida de la autora y su padre -que por lo visto viajó a Argentina y llegó de alguna forma a ser famoso- en los cuales no he querido meterme, pero que no dejan de ser hasta cierto punto de interés).
Por el contexto de la autora y la dureza de la historia me ha recordado de inmediato a Herta Müller. No voy a negar que la novela me atrae, pero creo que he tenido suficientes libros terribles en 2018. Con historias terribles quiero decir, de libros malos tb. he tenido más que de sobra, pero el comentario no iba por ahí evidentemente.
ResponderEliminarEvidentemente. :)
EliminarLo poco que conozco de la Nobel rumano-alemana son tus reseñas en Das Bücherregal. No me he aventurado a relacionar a las dos autoras porque a Müller aún no la he leído, pero seguramente los libros de ambas tengan varias cosas en común.
Este es muy breve si te animas. Vamos, yo leo a la velocidad de una tortuga con miopía y me lo merendé en un par de tardes.