Mr. Stevens ha sido el mayordomo principal del Darlington Hall desde que tiene uso de memoria. La mansión en la que trabaja fue el punto de reunión de algunos de los políticos y personajes más influyentes de Gran Bretaña y Europa durante los años 1930, pero cayó tan en desgracia como las ideas de su anterior propietario, un Lord Darlington que, sin mucho conocimiento y llevado por la pasión y el interés, decidió apoyar en la sombra al nacionalsocialismo alemán. La historia del diario de Mr. Stevens nos sitúa poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial y de la venta de la vivienda con todo su personal a un nuevo rico estadounidense, Mr. Faraday, quien tratará de hacerlo todo a la "americana".
Faraday es un hombre de negocios que siempre ha soñado con tener su propia mansión en tierra inglesa y que no dispone del potencial económico ni del conocimiento de las normas de cortesía inglesas de este momento. Tutea a Stevens, le cuenta chistes y le gasta bromas a las que el mayordomo no está acostumbrado. No duda en despedir a la mayor parte del personal y en relegar casi todo el trabajo en nuestro protagonista. No es un gran señor, como Lord Darlington, y eso lo hace más humano, pero también más incomprensible para un mayordomo que, cargado de un trabajo que él considera indigno de su status, no puede evitar recordar esos viejos tiempos de cuando tenía la imaginaria certeza de albergar en sí una importancia trascendental para la polítca mundial. Por ello, justifica su decisión de aprovechar por primera vez en su vida sus días libres con el fin de viajar al remoto pueblo donde reside su anterior ama de llaves, Miss Kenton. Ella ya no se llama Miss Kenton, debido a una boda de hace mucho años, pero Stevens la sigue recordando como tal.
De esta forma nuestro mayordomo recibe el permiso de Mr. Faraday, una ayuda económica y su coche en calidad de préstamo. Por supuesto, como todo buen personaje de Ishiguro, la excusa para Faraday es completamente diferente de la excusa que Stevens da a Miss. Kenton y esta a su vez es completamente diferente de la excusa que Stevens se da a sí mismo para realizar este viaje. Porque Stevens es un personaje donde se explota lo que Bajtín llamó "dialogismo interno" en sus escritos sobre Dostoievski. Dicho esto en cristiano, es un tipo que siempre se está justificando a sí mismo y, a veces a los demás (dialogismo externo) por el "no fueran a pensar que yo". Stevens es un hombre que cree haber servido a un fin mayor solo porque un día le sirvió una taza de té a Winston Churchill; no se da cuenta de como ha desperdiciado su vida personal de una manera tan absurda. No puede asimilar los errores de sus decisiones (que lo han ahuyentado de una vida, si no más feliz, al menos más tranquila). Y, por supuesto, no es capaz de soportar que Miss Kenton (su amor secreto) se haya casado con otro por no esperarle. Stevens sigue enamorado de Miss Kenton (aunque él lo niegue) y, muy probablemente (no se nos permite saber hasta qué punto, pues es el diario de viaje de Stevens lo que leemos y eso nos da la continua sensación de ver a una ama de llaves algo sesgada, parcializada e interesada); pero aún así, muy probablemente, digo, Miss Kenton amó y sigue amando en el tiempo presente de la novela al serio y pudoroso mayordomo. Eso sí, también se desprecian mutuamente por el comportamiento tomado por cada uno y esta toxicidad me parece tremendamente humana por la sutilidad con la que Ishiguro la introduce a través de la pluma de Stevens.
La novela parte en un punto en el que la ambición personal de Stevens lo ha perdido para la vida terrenal. Su status se ha esfumado tras la caída de su amo y protector. Amparado en la fidelidad, un ignorante Stevens con aires de grandeza se dejó guiar por las ideas que entraban en Darlington Hall y no supo ver la maldad de ellas, pues estas venían camufladas con el olor de perfumes caros y trajes hechos a medida y a la última moda europea. Creía y seguirá creyendo durante buena parte de la novela en que la "dignidad" del buen hombre es dejarse conducir por las ideas de lo que él considera "hombres mejores". Con una vida completamente anulada e invertida en balde, Stevens inicia su viaje hacia Miss Kenton. Ella constituirá una especie de faro a lo largo de la novela; no parará de intentar despertar al mayordomo de sus perniciosas ensoñaciones. O dicho en términos de la crítca psicoanalista, el subconsciente de Stevens que desea cobrar fuerza encontrará en Miss Kenton una imagen que lo mueva a ello. Gracias al personaje del ama de llaves, imprescindible aquí, Ishiguro crea una mezcla curiosa entre la novela del recuerdo y la road story, donde juega un papel muy especial la lectura del joven escritor de En la carretera de Jack Kerouac. Lejos de la temática adoptada, la estructuración tiene unas reminiscencias que yo veo muy claras al menos.
Pero el viaje de Stevens hacia Miss Kenton se volverá un viaje hacia uno mismo y, en este sentido, Los restos del día tiene bastante de Bildungsroman (o novela de formación) porque le sirve al personaje para crecer y para dar el giro más importante de su vida. Para ello, obviamente, Ishiguro se ve obligado a que Stevens exponga su pasado a modo de justificación de sus actos y de los de su muy admirado señor Lord Darlington, prototipo del noble inglés del primer tercio del siglo XX. Poco a poco Stevens se dará cuenta de su error de desear ser el verdadero Lord Darlington o al menos de resultar tan imprescindible como él, un imposible que lo habría hecho un infeliz durante toda su vida.
Tras leer esta novela, entiendo que le dieran el Premio Nobel a Ishiguro. En sí misma, Los restos del día es una maravilla de narración y justifica hasta cierto punto por sí sola buena parte de las alabanzas que se vierten sobre ella. Sin embargo, cuenta con un par de problemas que el escritor podría haber evitado. El primero de ellos es el poco carisma de Mr. Stevens, un personaje totalmente outsider del mundo ajeno a los grandes banquetes que se daban en el Darlington Hall, incapaz de interpretar correctamente las emociones de los demás ni las intenciones o el humor de quienes le tratan. Mr. Stevens es un personaje tan humano (por su complejidad psicológica) y, al mismo tiempo, tan poco humano (por su inutilidad a la hora de adaptarse al entorno social), que o disfrutas de él, como me ha pasado a mí, o le abandonas (y con él al libro) por cansino e insípido. El segundo problema viene un poco de la mano con el tipo de discurso adoptado: el diario a través del cual se une el presente del viaje con los años de servicio dentro del Darlington Hall. Aunque normalmente las conexiones mediante ideas o sensaciones entre pasado y presente suelen estar traídas a cuento, no siempre es esto así a lo largo de toda la novela. Hay momentos que se sienten un poco metidos con calzador y otros que no llevan a ninguna parte.
No obstante, es conveniente dejar de hablar de lo errático, para retomar lo extraordinario de Los restos del día. Para mí lo mejor de esta novela es su narrador: Stevens. Con Stevens me voy dando cuenta del tipo de narradores que le gusta a Ishiguro: personajes con una sinceridad como mínimo cuestionable, por no decir: bastante por los suelos. ¡Cuando Stevens se excusa suena tan pretendidamente falso! ¡Pero tan pretendidamente falso! Resulta, de veras, complicado crear un narrador que, dentro de su universo, te mienta de la forma en la que lo hace Stevens. El escritor te deja las pistas suficientes para que sepas que te miente y para que puedas lanzar especulaciones de por qué te miente, especulaciones cada vez más concretas con el paso de las páginas hasta llegar a un más que satisfactorio final. Muy en la línea del autor. En El Lamento de Portnoy tenéis una entrada magnífica sobre este tema.
No obstante, es conveniente dejar de hablar de lo errático, para retomar lo extraordinario de Los restos del día. Para mí lo mejor de esta novela es su narrador: Stevens. Con Stevens me voy dando cuenta del tipo de narradores que le gusta a Ishiguro: personajes con una sinceridad como mínimo cuestionable, por no decir: bastante por los suelos. ¡Cuando Stevens se excusa suena tan pretendidamente falso! ¡Pero tan pretendidamente falso! Resulta, de veras, complicado crear un narrador que, dentro de su universo, te mienta de la forma en la que lo hace Stevens. El escritor te deja las pistas suficientes para que sepas que te miente y para que puedas lanzar especulaciones de por qué te miente, especulaciones cada vez más concretas con el paso de las páginas hasta llegar a un más que satisfactorio final. Muy en la línea del autor. En El Lamento de Portnoy tenéis una entrada magnífica sobre este tema.
Me gustaría añadir, además, que esta es la primera novela de Kazuo Ishiguro que leo sin que haya ninguna referencia de peso a su ascendencia japonesa y no me esperaba lo que me encontré. Ishiguro lleva en Gran Bretaña desde los 6 años y, aunque es culturalmente hablando un tipo muy inglés, no me lo hubiera imaginado -después de leer sus trabajos anteriores- capaz de crear a un personaje tan arquetípicamente inglés como Mr. Stevens. De verdad, me parecía tan lejano a él, que me he sorprendido y gratamente. Como último apunte, me gustaría destacar también lo que parece ser una tónica habitual en las novelas de Ishiguro: los personajes con ideologías de extrema derecha que se vieron obligados a alterar sus discursos, si no de forma privada, al menos de forma pública, para no ser marginados tras la Segunda Guerra Mundial. Aquí encontramos estos modelos de personajes tanto en Mr. Stevens como en Lord Darlington (mucho más en este último). Ya aparecía un personaje con un ligero papel secundario en Pálida luz en las colinas y el protagonista de Un artista del mundo flotante coincide totalmente con estas características. He leído reseñas sobre otras obras de Ishiguro también protagonizadas por personajes en esta línea, lo cual me encaja bastante con su tipo de narrador predilecto. Como me ha gustado mucho Los restos del día, es posible que vuelva a leer a Ishiguro antes de que acabe el año. Estoy ahora mismo entre Nunca me abandones y Cuando fuimos huérfanos. Si ya habéis leído cualquiera de los dos, os agradecería muchísimo vuestra recomendación. Tenéis más reseñas en el blog de Keren Verna, Un libro al día y La antigua Biblos.
Reseñas de otras obras de Kazuo Ishiguro en esta esquina: Pálida luz en las colinas, Un artista del mundo flotante,
PD. I: Quisiera agradecer a mi amigo Toni sus interesantísimas apreciaciones sobre esta novela, las cuales me han ayudado a disfrutar mucho más de ella.
PD. II: Lamento no haber subido ninguna reseña a este espacio desde hace casi un mes. No me he encontrado muy bien anímicamente para leer y nada de lo que encontraba me entusiasmaba lo suficiente para acabarlo. La excepción ha sido Por qué se cuece el niño en la polenta de A. Veteranyi, cuya reseña quería publicar, aunque no me convence mucho la calidad de la misma. Si alguien quiere que aparezca por aquí porque puede resultarle útil o tiene interés por la novela en cuestión, que me lo comunique en el cajón de comentarios. Con esto me despido ya. ¡Muchas gracias por pasaros y felices lecturas!
Hola
ResponderEliminarGracias por mencionarme!
Tengo también pendiente la de Nunca me abandones. Me gustó mucho el autor, así que voy a volver seguro por alguna obra más.
Y siempre son bienvenidas las reseñas y los comentarios sobre libros. Sobre todo si no lo leímos.
Besos y ánimos!
Por el momento mi único contacto con Ishiguro es a través de la adaptación a la gran pantalla de Nunca me abandones, que a nivel literario muy poco contacto es, la verdad. Ni siquiera he visto la peli de James Ivory que adapta la novela que reseñas hoy, pero como gran aficionado a las distopías que soy, tengo que reconocer que 'Nunca me abandones' me encantó. Tanto la brutalidad de la historia como a nivel visual me pareció potentísima. Espero que estés más animado, recuerda que escribir para el blog tiene que ser divertido, si no te apetece por las causas que sean, no hay obligación ninguna.
ResponderEliminarBueno, no se hable más. El siguiente Ishiguro será "Nunca me abandones".
ResponderEliminarPor otra parte, me gutaría daros gracias por vuestros ánimos. Me he dado cuenta de que cada cierto tiempo, sobre todo en temporadas de mucho estrés, debo hacer un parón de lecturas, lo que conlleva irremediablemente un parón del blog, para poder coger fuerzas. A fin de cuentas, es como dices, Cities; esto es una afición y no hay obligación alguna de seguir unos horarios y una fechas de entrega.