jueves, 12 de marzo de 2020

El año del hambre, de Aki Ollikainen




El año del hambre supone mi primer contacto con la literatura finlandesa. Nunca he sentido especial devoción por la literatura escrita en estas latitudes, a excepción de las obras de Ibsen. Esto, quiero pensar, puede haberme privado de ciertas referencias sin las cuales este libro no puede resultarme más que indiferente, sin sustancia. Nada ha despertado en mí el menor interés aquí. Solo he visto una trama pobre y unos personajes mal dibujados. Todo ha sido para mí tan carente de interés que, aunque el libro sea breve, he estado deseando que acabara lo antes posible. Me repetía una y otra vez lo siguiente: vaya, otra vez un puñetero cuento mal alargado. ¿Había necesidad de esto? Imagino que sí. Para la editorial al menos. Aki Ollikainen es un autor muy famoso a nivel nacional en su país, pero es quizás porque habla de las cosas de su país y se recrea en lo típico y lo, para nosotros, exótico. Grandes paisajes nevados. Heladas que no acaban jamás. Como la muerte. Como el corazón roto por el amor. Como la opresión a las mujeres. Y como, qué sé yo, los abusos de poder. Porque en la obra también hay mucha corrupción y muchos abusos de poder.

La trama es más o menos la siguiente: una familia trata de emigrar en pleno invierno desde el norte de Finlandia hasta San Petersburgo porque la otra opción es quedarse y morirse de hambre. De ahí, el título de la obra. Nada demasiado original que digamos. Su historia de pérdidas y miserias se alternará con la de Teo y Lars Renqvist, dos hermanos de clase media que, creo que, viven en Helsinki. Teo es un médico que está enamorado de una prostituta, aunque no puede fugarse con ella porque nadie querría sus servicios. Lars es el ayudante de un senador y ya está, no tiene mucho más fondo. De esta forma, se nos muestran dos perspectivas sociales muy dispares. A todo esto, la acción se sitúa en mitad del siglo XIX (1866), algo que tampoco sé si aporta mucho o poco a la trama. A mí me da lo que viene siendo igual. 

Las dos historias convergen en un punto y hay una especie de sentimiento patrio en algún momento y que se ve reflejado en la figura de Juho, el hijo del matrimonio emigrante. Esto da como resultado un final optimista que desentona completamente con el resto de la obra, de un tono más bien gris y crudo, donde se hacen explícitas situaciones límite y se muestra sin tapujos tanto el sexo como la muerte. Esto es un punto a favor de la obra; la hace morbosa. Sin embargo, no solo del morbo se vive. Incluso estas situaciones más subidas de tono son pronto olvidadas por el lector. Le falta cuerpo y forma. Y sobre todo, y a pesar de la selección de sus temas, universalidad.

Y eso es todo por hoy. Lean mucho, coman con moderación y namasté.

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