viernes, 20 de marzo de 2020

Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno




Avito Carrascal está obsesionado con los hitos de la nueva pedagogía y piensa que gracias a ella es posible instruir a los genios del mañana. Su sueño a partir de entonces será casarse y engendrar uno. Esto lo consigue con prontitud y sin muchos preámbulos; Apolodoro (bautizado en secreto como Luis por su madre) llega al mundo. Sin embargo, la educación que su padre le administra, fuertemente influenciada por las sentencias de Fulgencio, filósofo de pueblucho, lo convierte en un bicho raro. Su infelicidad y su fracaso (amoroso e intelectual) conducirán a Apolodoro a la desesperación y a replantearse seriamente acabar con su vida.

Estamos ante una de las primeras novelas (o nivolas) de Unamuno, donde ya se apunta el estilo singular del vasco y su tendencia a lo filosófico y a la metaficción. La obra construye una batalla dialéctica entre sus personajes que se oponen en su forma de ver la vida a través de las relaciones entre pedagogía y amor. Apolodoro es criado por su padre, Fulgencio y Epifiano (profesor de pintura) en la más rigurosa ciencia. Todo lo que adquiere de ellos son fríos cálculos que deberían llevar a la perfección del hombre, pero que le dejan un fuerte vacío en el estómago. Por otro lado, está el amor de su madre y de su pretendida que lo enloquece y lo hace titubear. 

Apolodoro abraza las letras, se vuelve escritor para oponerse a su padre, se enamora de un arte, considerado menor por casi todos los demás, salvo para el poeta del pueblo. Se rebelión es tomada en casa como un desprecio y Avito debe convencerse de que su hijo también podría ser un genio de las letras. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Apolodoro fracasa en la profesión y es objeto de burla por todos. Aún es joven, pero no está preparado para el error. Entrenado para saber de todo y ser perfecto, se hacen patentes sus limitaciones y sus sueños se rompen en pedazos. 

También los de su padre se deshacen. Aunque lo cierto era que nada podía mantenerlos en pie. Avito se culpa por no haber aislado lo suficiente a su hijo del mundo que lo rodeaba. Achaca el fracaso a la religiosidad de su mujer, al recalcitrante amor del hijo por la hija del pintor, a los juegos de la infancia. Avito creía que la unión de Materia y Forma engendraría la Perfección, que bien guiada no dejaría de ser perfecta. Y cae en sus debilidades humanas. 

Avito, junto al resto de personajes, constituyen una sátira. Son tomados como maniquís que espetan ideologías, creencias, gustos, etc. que pueden llegar a lo obsesivo. Solo Rosita constituye la excepción. Su existencia es una mera justificación de los actos de los demás. Nos da a entender el amor y la devoción que siente Apolodoro por su hermana y la misoginia de Avito. Este último punto es importante. Avito desprecia a su hija desde el día de su nacimiento porque cree que las mujeres no pueden ser genios. Solo son Forma. Su labor para él es la procreación y la crianza. Lo mismo piensa Fulgencio, que es realmente quien influye en Avito, haciéndole de guía sin tener una idea muy formada de lo que dice. De aquí deducimos que no solo se deja influir por la ciencia, sino que alberga una serie de prejuicios y una idea muy concreta de cómo debería ser el futuro.

En la obra está muy presente también el determinismo. La idea de que las circunstancias vitales nos llevan a un destino irrevocable, que es lúgubre, triste y frío. Estas circunstancias parecen ser las que determinan a quién se ama y a quién se odia y con qué grado. Apolodoro no fue concebido por Avito para ser feliz, sino para convertirse en un sabio y justificar así todas las teorías esquizofrénicas de su padre. Su existencia tiene una misión imposible de cumplir, una misión que él no ha elegido seguir, que le han impuesto. Como Apolodoro hay tantos otros en la Tierra, siguen los designios de sus padres, les pertenecen como objetos y existen solo para paliar los errores que estos cometieron en el pasado. Apolodoro-Luis es un mero paradigma, una representación de una tesis: la idea de que no se puede desligar amor y pedagogía. Hay que aprender a través del amor, o amar a través del aprendizaje, porque de lo contrario se garantiza un fin ominoso. Tristemente, esta conclusión no será la que extraerá su padre, el pedagogo. 

Hay que tener cuidado con esta novela y leerla hasta el final. Quiero decir, hasta el verdadero final. Unamuno va a jugar con el lector y va a colocar distintos momentos en los cuales nos va a anunciar que la narración se ha acabado, aunque no sea así. De hecho, entrará (igual que en Niebla) como personaje en la narración para hablar sobre la redacción del libro, colocando escusas que no sé si serán verdaderas o no, porque te hacen dudar como lector, pero que aportan unos giros de guión a la trama tremendísimos. Se puede decir que esta es una obra que se crece a cada capítulo, teniendo uno de los finales más extraños y originales de la historia de la narrativa española.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Miguel de Unamuno en esta esquina: Abel Sánchez, Niebla


2 comentarios:

  1. Unamuno no me parece un gran novelista. Leí esta (y todas las demás) hace muchos años. Sus planteamientos son novedosos, especialmente en "Niebla", pero creo que su narrativa ha envejecido mal. Tal vez con la excepción de "San Manuel Bueno, mártir" y de "Abel Sánchez". No obstante, con Unamuno da gusto discutir porque en su escritura siempre late la sangre y la vida.

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    1. Lo primero, gracias por pasarte y por tu comentario, Albert. En lo personal, decirte que esta novela la he disfrutado mucho, pero coincido contigo en colocarla un peldaño por debajo del "San Manuel" o de "Abel Sánchez". Los personajes de "Amor y pedagogía" son lo que son, meras escusas de Unamuno para plantear sus tesis sobre educación y otras cuestiones. Si aceptamos eso, la novela tiene mucho que decir y esto casi lo agradezco más que otras obras con personajes muy profundos, pero con planteamientos generales más planos. De Unamuno tengo pendiente la relectura tanto de "Niebla" como de "San Manuel" (más que nada porque quiero subirles la reseña correspondiente) y la lectura de "La tía Tula".

      En otro orden de cosas, me he dado un paseo por tu esquina y, aunque tengo mis discrepancias con "El irlandés" de Scorsese, voy a linkearla sin tu permiso y a suscribirme. Un cibersaludo.

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