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miércoles, 1 de abril de 2020

Belarmino y Apolonio, de Ramón Pérez de Ayala




Si alguna vez se han preguntado cuál era esa novela que relataba las desventuras de dos zapateros, uno filósofo y el otro dramaturgo, que en algún momento de su paso por el instituto le habrán comentado sus profesores, que sepan que esa novela es la que reseñamos hoy. Belarmino y Apolonio está considerada por la crítica como la obra capital del novecentista Ramón Pérez de Ayala, que pone fin a su etapa simbolista y pesimista y que abre el camino de sus obras más notables, cargadas de un realismo histriónico que roza el absurdismo y reside en el humor, estando en consonancia con las obras referentes de la Europa de su tiempo. 

Toda la historia comienza cuando el narrador conoce en una fonda de Madrid a un extraño personaje, un cura de disparatado nombre compuesto y poderosa atracción, a pesar de su grosería en la mesa. El narrador no tarda en labrarse su amistad y Pedro Guillén Lope Eurípides decide contarle su historia con todo lujo de peros y señales. A partir de él descubriremos a dos seres increíbles, su padre y el rival de este. 

El primero de ellos es Apolonio, el hijo del mayordomo de una finca de nobles que rehúsa convertirse en religioso o estudiar ingeniería porque a él lo que le apasionan son los versos y no puede literalmente más que expresarse bajo las normas de la métrica. Según él, si no hay una escuela de dramaturgia en Santiago de Compostela, al menos habrá una de zapatería y así fue cómo se labró a sí mismo como un exquisito zapatero. No obstante, la muerte de su señor lo lleva a depender de su prima, una marquesa poderosa y atrevida que trata a su servicio como si fueran seres de su propiedad. Esta marquesa consigue colocar a Apolonio en una nueva zapatería en la mítica Rúa Ruera de la mítica y pequeña localidad de Pilares, donde competirá con Belarmino, quien pronto, ahogado de deudas, tendrá que cerrar su puesto y aceptar a regañadientes la ayuda de la Iglesia y de los marqueses de Niera, ricos devotos que buscan por todos los medios salvar su alma, creyendo que en el cielo hay diferentes estratos y que ellos han pagado por butacas de primera clase. 

Belarmino es también un tanto peculiar, hasta el punto de que los lugareños no saben si tildarlo de loco o de sabio. Creador de un lenguaje propio que solo él comprende y que identifica con el buen hacer de la auténtica filosofía, dedica la mayor parte de su tiempo, descuidando la zapatería, a cavilar sobre todo tipo de metáforas con el fin de explicarse a sí mismo la complejidad del mundo. Solo escapa de ese lenguaje cuando la ordinaria de su mujer le reprende o cuando busca expresar amor por su "hija". Pongo a esta "hija" entre comillas, pues no queda claro en toda la obra si Angustias es la hija de sangre de Belarmino, ya que él mismo da a entender primero que no, su mujer sospecha que sí y al final de la obra hay una intervención de Belarmino que parece indicarnos que si quizás no es su hija, al menos la quiere como tal. 

Esto me lleva a hablar del cuarto personaje en disputa: Angustias. Esta chica actúa como la enamorada de don Guillén, el cura, aunque lo hace antes de que este llegue a aceptar el sacerdocio. El caso es que por designios del destino, los amantes dispuestos a fugarse acaban separados y la pobre Angustias se convierte en algo parecido a una prostituta, aunque tampoco se deja del todo claro, para poder sobrevivir en la capital de España.

Mientras todo esto ocurre se produce el jugo de la novela, la rivalidad acérrima entre Belarmino y Apolonio. Mientras Belarmino comprende que el fracaso de su negocio se debe al nuevo zapatero, decide no despreciar a este ni a su hijo y se concentra en su pasión filosófica. Esto le lleva a que toda clase de ilustres personajes se reúnan para oírlo hablar de todo tipo de cosas sin que nada se le entienda. La intelectualidad se divide entre los que opinan que Belarmino es el sabio del mañana y los que piensan que es un majadero. Hay incluso una facción intermedia que cree que Belarmino emite enunciados con coherencia en un discurso doblemente sustitutivo, pero que estos enunciados no son más que broza, es decir, no existe ninguna genialidad tras ellos. Así y con todo, esta situación no puede evitar poner celoso al fracasado dramaturgo. Apolonio despreciará a Belarmino por robarle a su público.

Belarmino y Apolonio es una novela que pone de manifiesto la ridiculez de la intelectualidad, constituyendo una sátira y una loa de la misma, no solo por emplear un repertorio léxico y una cantidad de registros más variado que cualquier otra novela, sino porque los prismas representativos del pensamiento quedan reducidos a la función utilitaria de los personajes. El que no fabrica zapatos para que anden otros se encarga de remendarlos. La labor de ambos protagonistas los ata al suelo, a la Tierra y no al mundo de las ideas en el que constantemente viven, con el que sueñan despiertos. La vida se convierte en una batalla dialéctica, donde no importan los vencedores ni los vencidos, sino solo el agua que echarse a la boca. Por otra lado, esta rivalidad de egos, esta lucha por construir un discurso perecedero, trastocará la vida de quienes rodean tanto a Belarmino como a Apolonio. Sus hijos serán separados a la fuerza y obligados a seguir caminos para los que no estaban preparados, caminos que no deseaban surcar. 

Con todo esto, deciros que la obra me parece de lo mejorcito que he leído en lo que va de año. Entiendo la reedición de Cátedra de hace algún tiempo y la agradezco. Sin embargo, también Belarmino y Apolonio tiene una serie de pecados que la han hecho envejecer mal. Para empezar, muchas veces recurre a términos que ya eran arcaísmos en la época en la que se escribió y que por más que he intentado buscar me ha resultado prácticamente imposible encontrar. Esto nos lleva al segundo punto, una lectura que te remite constantemente al diccionario, por muy bien hilada que esté, puede poner en jaque a más de uno. El tercer punto es la profusión innecesaria de algunas partes, en ocasiones marcadas como fragmentos que el lector puede tomarse el lujo de omitir por el mismo autor. Lo que me ocurre a mí, en lo personal, con esto es que después de leer Amor y pedagogía de Unamuno soy partidario de pasar de largo cualquier recomendación que me haga el autor y, claro, luego pasa lo que pasa. Aún así, y con todo, he de reconocer que es un novelón y que el esfuerzo que se invierte en leerla va de la mano con una satisfactoria recompensa personal. Tenéis otra reseña en el blog de Villa Molina (donde ponen a parir el libro, para  que veáis que no todo son críticas positivas). 

Y dicho esto. Lean mucho, coman con moderación y namasté.

jueves, 8 de marzo de 2018

Las memorias de Mamá Blanca, de Teresa de la Parra



Tras la muerte de Mamá Blanca, hija de un patrón de la caña de azúcar en la Venezuela de mediados del siglo XIX, su nieta encuentra un alijo de papeles en los que la anciana habría escrito algunos de los capítulos más importante de su infancia en la hacienda de Piedra Azul, en la que había vivido con sus padres, sus cinco hermanas y un ejército de criadas y campesinos a sus pies. A pesar de la orden expresa de la anciana de no publicar estos escritos, su nieta se deja llevar por la moda de su época que inclinaba a los lectores al amplio mundo de las autobiografías y deja una primera selección de estos papeles a una editorial que los maqueta, y sin corregirlos los pone a la venta del gran público nacional. El resultado es un primer (y desgraciadamente último tomo ante la negativa de la escritora de continuar lo que podría haber sido una espléndida saga) de las memorias de Mamá Blanca, cuyo nombre real (Blanca Nieves) nos transmite toda la inocencia y la bondad que se desprende del personaje popular.

Las memorias en cuestión habrían sido escritas ya en la vejez de Blanca Nieves, en sus horas postreras, como un intento de asir en su mente los buenos y los malos momentos vividos con personas que la marcaron de una forma u otra y que murieron sin remedio ante el inexorable huracán de acontecimientos que supuso una época turbulenta en la historia de su país. En la novela se defiende la idea de la dualidad platónico-cristiana del alma/cuerpo, a partir de la cual Blanca Nieves pretende interiorizar las almas de sus muertos en la suya una vez más antes de despedirse del mundo para siempre. De esta forma cada recuerdo descrito se deleita en nuestra boca como un homenaje cargado de solemnidad, de respeto y de amor, pero también salpicado de momentos cómicos, llenos de vida, y sobre todo muy líricos. Estos breves homenajes que Mamá Blanca va rindiendo a sus seres queridos gozan de una majestuosidad y una deferencia admirables -¡Ya quisiera yo que alguien se acordara de mí como lo hace la protagonista de su Vicente Cochocho o de su primo Juancho!-. Para ello se sirve de un abanico bastante rico de figuras literarias. El cariño del recuerdo se deja ver a través de hipérboles, metáforas, comparaciones bellísimas y símbolos en los que rinde culto tanto a los personajes como a sus ideas, sus expresiones, sus gestos más insignificantes y, en definitva, a todo lo vinculable con lo que podríamos llamar sus "esencias", sus formas de materializarse en el mundo y de construir todos ellos un archipiélago de felicidad idílica como habría sido el de Piedra Azul para la diminuta Blanca Nieves.

"Mientras el regazo de Mamá se iba llenando de papilotes mustios, mi cabeza florecía en crespitos y mi corazón generoso deseaba alojar en mí, no una sola alma, sino diez o doce para llevarlas todas juntas a tan deliciosos parajes."

En la novela Teresa de la Parra introduce también muchos conceptos vinculados con la narrativa romántica como la idea de disfrutar de la belleza, el Carpe Diem o la búsqueda de la identidad de un pueblo. También están muy presentes en estos homenajes el dolor de la pérdida más grande que es la muerte y como ésta mancha lo que podrían ser bellos recuerdos. Este tópico es recurrente en toda la novela y se concluye de una forma muy especial que indica el cambio en las vidas de los que aún continúan en este mundo. Aunque por lo general aquí esta atmósfera se muestre bastante bucolizada la mayor parte del relato, el ambiente del llano venezolano con su inmensidad se vuelve crudo y desolador si uno no tiene con quién compartirlo y la naturaleza se convierte en una espada de doble filo. El llano tiende a valorarse en Las memorias de Mamá Blanca como un espacio libre e inasible, donde, en constraste, hay constuidas unas estrictas normas que ni las niñitas, ni las criadas, ni los obreros y ni siquiera el patrón pueden quebrantar. 

Tengo que decir que he disfrutado muchísimo con la prosa de esta escritora, tan medida y sin tapujos, que construye hermosísimos instantes cargados de humanidad y cuyo tono trascendental en muchos momentos no desentona en absoluto con las pequeñas y livianas historias que nos va narrando. A todo esto se suma una reivindicación política de la autora que critica duramente las ideas tanto conservadoras como liberales para decantarse por una tercera vía más ecológica, natural y libre hacia la que uno no podrá pasar de largo sin sentir, al menos, curiosidad. En definitva,  una maravilla más que recomendable con la que deleitarse leyendo cada frase en voz alta ha constituido una experiencia nutrida de profunda emoción.




viernes, 8 de septiembre de 2017

El crucero de la chatarra rodante, de Francis S. Fitzgerald



Cuando Zelda Fitzgerald le comenta a su esposo la nostalgia que le embarga al pensar en los melocotones y las galletas de su tierra natal, Alabama, éste decide que, aprovechando su estancamiento como escritor en lo más alto, bien podrían realizar un viaje hasta el pequeño poblado de Montgomery, donde ella podría volver a disfrutar de esos frutos y esos dulces que tanto extraña. Esto les lleva a embarcarse en una odisea a través de Estados Unidos, una odisea que no habría sido tal si no fuera por el destartalado automóvil de los Fitzgerald, apodado cariñosamente como la Chatarra Rodante. La crónica del viaje, llena de sucesos curiosos y extrambóticos, queda narrada en este librito, donde el vehículo, mucho más que el paisaje, se convierte en el protagonista indiscutible. Esto supone un giro importante en la narrativa tradicional de viajes que me hace dudar un poco la recomendación o no de este libro. Normalmente, la narrativa de viajes supone un encuentro con uno mismo a través del encuentro con el otro, pero aquí no parece haber ningún tipo de encuentro real más allá del que puedan llegar a tener los Fitzgerald y su coche.

 Esto en algunos momentos es cómico y en otros hasta tierno. Hay pocas descripciones, aunque las que hay son muy buenas. Hay algunas reflexiones interesantes sobre el acto de viajar y sobre lo difícil que les resulta a las personas comunicarse entre sí, pero dan la sensación de ser demasiado superficiales. Quizás El crucero de la Chatarra Rodante pueda resultar entretenido, pero Fitzgerald ha sido capaz de aportar mucho más en otras ocasiones. Uno siempre lo puede leer por el increíble morbo del matrimonio Fitzgerald, por entender mejor sus mentes de escritores, artistas y socialités de los locos años veinte y en ese sentido el lector sí que podría quedar muy satisfecho. Fitzgerald nos va a retratar su matrimonio con todos sus virtudes y defectos (el carácter controlador e irascible de él, la cursilería sibarita y la inestabilidad emocional de ella, etc.), que tampoco es algo que le había pedido nadie, o quizás seré yo el que soy poco fisgón. Hay también una escena por ahí que luego se va a reutilizar para Suave es la noche y otra en la que se ve lo racista que era Fitzgerald y... y poco más, la verdad. Supongo que habrá algún perfil de lector al que le interese y que pueda disfrutarlo bastante. A mí me ha parecido insuficiente, sobre todo para un escritor de su renombre. 

Tenéis reseñas del librito mucho más alagadoras en Entre montones de libros y Letras en tinta.

Más reseñas de obras de Fitzgerald en esta esquina: A este lado del paraíso



sábado, 12 de septiembre de 2015

A este lado del paraíso, de Francis Scott Fitzgerald




Ya comenté hace unos meses mi interés por volver a leer algo más de Fitzgerald este verano. Los que me conocen saben que es un autor que tengo en alta estima, a pesar de que lo que yo había leído de él hasta la semana pasada se venía reduciendo al famosísimo cuento de Benjamin Button, al clásico, leído y releído, de la “era del jazz”, El gran Gatsby, y a la que sigo considerando una de las más logradas obras que he podido disfrutar jamás, Suave es la noche. A pesar de que todas las obras contienen algo así como una esencia propia, son demasiados los puntos que guardan en común, temas recurrentes con estructuras no muy disímiles que tienen la virtud de resultarme interesante. Estos elementos ya aparecen perfilados en la que sería su primera obra, su primera novela, que es la que nos toca comentar hoy. 

A este lado del paraíso parece ser, una vez más, una obra de Fitzgerald con mucho tinte biográfico, algo que no deja de ser meramente anecdótico. Fitzgerald se crea una suerte de alter ego en la figura de Amory Blaine, nuestro protagonista, el cual logra triunfar, a diferencia del escritor, para luego fracasar y sentir como sus principios decaen al mismo compás vertiginoso que sigue el dinero de su herencia, que no es capaz de administrar como es debido. Amory Blaine representa tanto la caída de la clases pudientes como la de la juventud norteamericana tras la Primera Guerra Mundial –esa que llamaron la de la “generación perdida”- como la del propio Fitzgerald que, al igual que Amory, no es consciente de su egolatría y aspira a cimas que no puede alcanzar por más que se lo proponga. 

“Siempre, cuando se acostaba, oía voces: voces indefinidas, apagadas, fascinadoras, que venían del otro lado de la ventana para sumirle en uno de sus sueños favoritos: llegar a ser un gran jugador o el general más joven del mundo, condecorado por su acción en la invasión japonesa. Siempre se trataba de lo que llegaría a ser, nunca de lo que era. Éste era otro rasgo característico de Amory.”

La novela, que para lo que dice puede resultar bastante extensa, nos narra toda la vida de Amory hasta un momento de crisis definitivo cuando éste tiene unos veinticinco años de edad aproximadamente. Esto permite un leve retrato de las costumbres de las clases más altas, que siempre fueron admiradas por Fitzgerald y muchos de sus personajes, durante los últimos años del s.XIX y comienzos del s.XX, muchas veces no necesariamente agradables y basadas principalmente en la ruptura con lo moral de forma intrínseca y en el mantenimiento de una apariencia impecable a través de la mudez que deriva del poderío económico. Un detalle muy interesante es como el narrador sugiere en varios momentos de A este lado del paraíso que un Amory todavía adolescente mantiene algún tipo de relación sexual con su madre, a la que nunca llama por su nombre y siempre habla desde el punto medio de la distancia y la estrechez en el que se producen este tipo de relaciones. De la misma forma, Rosalind, otro de los personajes mantiene relaciones con varios hombres sin estar casada arreglándoselas para ocultarlo y que nada de esto se convierta en motivo de escándalo. 

Un aspecto muy interesante en la novela es la fuerza del dinero y del éxito en la vida, en las relaciones empresariales y sociales. El deseo imperioso de destacar en todo le lleva a Amory a un esfuerzo que comienza ya desde que es muy pequeño en Minneapolis cuando descubre que lo importante para ser popular es ser de los mejores en materia de deportes y decide salir casi cada tarde a esquiar para fortalecer sus músculos en desarrollo. Al mismo tiempo se va forjando en él un interés por lo intelectual y más en concreto por lo específicamente literario y lo poético; no vamos a parar de leer poemas escritos por Amory a lo largo de la obra, algunos de los cuales son, para desgracia del lector, bastante malos. El entrenamiento de la fuerza física y la fortaleza mental lo llevaran a la búsqueda de logros tales como ser el capitán del equipo de fútbol de la universidad de Princeton y el redactor jefe del famoso periódico universitario The Princetonian. A partir de la consecución de esto vendrá una decadencia vertiginosa que no cesara hasta el final y que se potenciará con un futuro precario tras la guerra, la muerte de familiares y la forma de derrochar el dinero de su madre los últimos años de su vida, lo cual lo deja con una minúscula herencia con la que no podrá comprar el amor de Rosalind, la mujer que ama, que no parara de recordarte que ama desde que se la encuentra. Rosalind, por su parte, es de clase alta y, al igual que Amory, siente que se ama más a sí misma que a los demás, y por ello lo abandona por otro pretendiente que puede darle muchos más lujos. El concepto del desengaño y del sentido del amor como algo doloroso es una constante en las otras dos novelas de Fitzgerald que he podido leer, así como en su vida misma. Esto es una de sus tesis que más me conmueve cuando lo leo, atrapándome e impidiendo cualquier intento por mí parte de escapar.

Aunque jugar con esas ideas no tiene nada que ver con que una novela esté o no bien escrita. Fitzgerald es Fitzgerald, pero es fácil diferenciar la escritura de A este lado del paraíso de la de sus novelas posteriores, mucho más perfectas. En A este lado del paraíso, en un esfuerzo por captar la esencia de la vida misma, combina lo cómico y lo trágico de la existencia con leves toques de idealismo y romanticismo en el alma de sus personajes, que viven, ríen, actúan, sueñan y se chocan con la realidad, aceptándola como Tom D’Invilliers o rechazándola como Amory Blaine. Puede que luego Fitzgerald evolucione a un estilo que favorezca mucho más lo trágico, pero parece que en A este lado del paraíso aún existe un leve gusto por la vida en los primeros flirteos de Amory con el sexo opuesto aún en Minneapolis o cuando se escapa a la playa con su amigos de la facultad casi sin un duro encima. En este sentido se aproxima mucho a El curioso caso de Benjamin Button y no tanto a El gran Gatsby. Otra cualidad que lo hace más juvenil que Gastby es su juego con los registros y la presentación de (casi) todos los géneros en una única obra –prosa novelesca, poesía, escenas teatrales, cartas, citas- lo que va muy en consonancia con las ideas vanguardistas de la época de ir más allá de los límites establecidos por los géneros mismos y que me ha recordado mucho, salvando las distancias, a la prosa de Manuel Puig en Boquitas pintadas. Estos experimentos formales pueden acabar muy bien siempre y cuando el escritor sepa mantener un control sobre lo que escribe y equiparar el nivel de calidad de los géneros y registros que emplea, sabiendo cuándo y cómo emplearlos. En A este lado del paraíso da la sensación de que Fitzgerald peca de incapacidad para hilar un buen poema y muchas veces entra en un registro cursi e innecesario que no llega a aportar nada de valor y que incluso nos puede llevar a rechazar la obra a lectores más avezados. 

Todo esto, añadido a su extensión, a la que parecen sobrarle páginas, hace que dude acerca de cómo debería valorar la obra. No creo que sea una buena novela para empezar a leer a Fitzgerald y es más, si no te ha gustado El gran Gatsby, te recomendaría directamente ignorarla. Si ocurre lo contrario quiero pensar que es una obra interesante para ver cómo desemboca la escritura de Fitzgerald en sus obras maestras, cómo se gestan sus temas recurrentes y demás, aunque poco más que eso. Se queda algo debajo de las expectativas generadas.

Tenéis otras reseñas de A este lado del paraíso en Club de catadores (donde han querido ver cosas que yo no) e Inkoherence (donde, a pesar de ser más escueta, se aproxima bastante a lo aquí expuesto). 

Reseñas de otras obras de Fitzgerald en esta esquina: El crucero de la chatarra rodante

domingo, 29 de marzo de 2015

Minireseña de Las Escalas melografiadas por César Vallejo

La fantasía de la muerte en una melodía prosaica...


Melografiadas”, del vallejiano “melografiar”, que procede a su vez del castellano “melodía” y “grafía”, traducible a nuestra lengua por algo como escribir tal como si de una melodía el texto se tratase. ¡La música a la poesía lo que la poesía a la música! Un concepto puramente modernista que Vallejo toma para componer estas pequeñas escenas de gran calidad y que a su vez adelantan elementos que se pondrán en boga en las décadas siguientes en Latinoamérica, especialmente en lo que una parte de la crítica ha llamado el Realismo Mágico (un término de solidez muy cuestionable). La obra en sí, ligerita y apañada, cultiva una especie de género fronterizo que viaja desde la autobiografía al relato fantástico, unas veces terrorífico, otras más próximo a autores expresionistas e incluso surrealistas, manteniendo siempre el lugar desde donde se escribe la obra: la penitenciaría de Lima. Dividida en dos partes: la primera está más cerca de lo autobiográfico y tiene como principal lugar de acción dicha prisión, mientras que la segunda se centra en las historias que les refieren, o que Vallejo inventa, sus numerosos compañeros del presidio. El carácter cada vez más fantástico de las escalas nos lleva a un progresivo abandono del escenario de la prisión. En los últimos tres cuentos no aparece ni como escenario de marco siquiera, ni alusiones remotísimas siquiera. La última historia nada tiene que ver ya con las anteriores, salvo en su temática, y el escritor nos deja con la duda de si el narrador es otro personaje del cual escucha la historia, como en las anteriores, o de si es él mismo.

El tema más común en la obra, no obstante, es la muerte y las distintas formas de las que dispone el individuo para relacionarse con ésta. La muerte se ve como la causa de un dolor no buscado e inexorable, injusto desde el punto de vista humano, indiferente a los ojos de Dios, en Muro Noroeste, donde la muerte/asesinato de una diminuta araña le lleva a Vallejo a sostener un breve monólogo filosófico consigo mismo sobre estos temas. A pesar de que le increpa a su compañero de celda el acto, para él vil, que acaba de cometer, éste se desentiende indiferente y con sorna, como si la vida de aquel ser más débil no valiera nada. No es la primera vez que Vallejo recurre a la figura de la araña que muere, ya lo hace  en el poema Araña de Los heraldos negros. Ver al débil sufrir y, finalmente, morir despierta el propio dolor del poeta, lo lleva a culparse. Sin embargo, la muerte puede verse también como una salvación, como un medio para escapar de una vida de sufrimiento. Así nos lo hace ver Vallejo en su escala Liberación. También se cuestiona el peruano una y otra vez si vive realmente, pues son numerosos los fantasmas que aparecen en la obra. Lo que no puede estar pero se aparece es una constante en las escalas, donde destaca el capítulo que el poeta dedica a la muerte de su madre, otro de los hechos de su dura vida que lo apenó enormemente. Quedando siempre lugar para otros temas (como el amor, la familia, la avaricia, la locura-cordura, la poesía, etc.) Escalas melografiadas por César Vallejo se enmarca como una lectura interesante que nos ayuda a entender mejor la figura del hoy prestigioso poeta, así como nos ofrecen un delicioso compendio de historias escritas, o melografiadas si se prefiere, con un lirismo delicioso incapaz de dejarnos en la mera indiferencia.

lunes, 16 de marzo de 2015

Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos

Un constructo derivado de la tensión entre el amor y el odio, el hombre y la bestia…




Hace ya varios días que terminé Doña Bárbara, una de las obras más representativas del continente americano de la primera mitad del siglo XX y que fue escrita por un intelectual que, además de contribuir a la conciencia ciudadana con su obra, se implicó socialmente con la situación de Venezuela, su país natal, su tierra, de manera personal como activista primero, crítico con el régimen dictatorial y militar de Juan Vicente Gómez, y como político después, llegando a ser el primer presidente de la república venezolana elegido de manera democrática por el pueblo en unas elecciones, a pesar de no durar mucho en el gobierno debido a un nuevo golpe de Estado. De hecho, se le tiene especial aprecio en su país y su figura se dibuja como una leyenda.

Doña Bárbara no está exenta de las ideas que le preocuparon durante toda la vida, aquellas que quería realizar en su país. Es al mismo tiempo un canto a la nación, una especie de epopeya del llanero venezolano y un manifiesto político encubierto. Todo, sin abandonar un ápice el ámbito de lo más estrictamente literario, sin moverse de las características claves de una novela típicamente regionalista, muy en boga en la época en el conjunto de literaturas hispanoamericanas de la época. La novela es costumbrista en su tratamiento de los temas, la elección del escenario, su construcción de los personajes y su estructura, que sigue el clásico esquema aristotélico de un planteamiento seguido de un nudo y rematado con un desenlace. Hay una historia central, pero Gallegos no escatimará en dedicar varios capítulos a exponer a los lectores, presupuestalmente ajenos a ese mundo y normalmente europeo, las costumbres de los vaqueros de los llanos con interés particular y sumo detalle. El llanero queda retratado como un ser que cabalga sin ley por un mar donde todo vale. Las pasiones están fuertemente presentes en él. Puede ser fiel o traidor, pero será siempre el más fiel o el más traidor. No hay puntos medios en él. No le importa ser un asesino cuando cree que matar equivale a ejecutar justicia o a obtener un beneficio que bien puede ser una tierra que reclama para sí, el amor de una mujer o un potro perdido dudosamente marcado. Su simpleza lo lleva al extremo y a la vida precaria, cercada de peligros, donde cualquier comentario desafortunado, cualquier despiste o cualquier tropiezo pueden llevarle a su fin más inmediato. En esta atmósfera de bestialidad, invernadero de caciquismos, que Gallegos dice, sutilmente, aunque lo dice, es fomentada por un presidente de la república bastante sinvergüenza que piensa sólo en el mantenimiento de su trono a través del apoyo de poderosas amistades, se desarrolla la trama. 

La introducción de Santos Luzardo, auténtico protagonista de la obra, en este mundo de violencia llevará a una primera tensión. Pues Luzardo se sentirá como un cuerdo rodeado de locos. Su educación en la ciudad de Caracas, en la prestigiosa facultad de Derecho, le ha llenado la cabeza de ideas sobre la bondad de la civilización, la necesidad de las leyes y del progreso social y cultural para mejorar verdaderamente a las personas a nivel individual y a la nación a nivel colectivo, y quizás también, por qué no, al resto de Latinoamérica, sumida, por lo general, en aquellos tiempos, en situaciones similares. Santos Luzardo regresa a la finca en la que nació, a Altamira, en el cajón del Arauca, en el Llano, para despedir a su mayordomo Balbino Paiba, que había estado malvendiendo sin su  consentimiento los terrenos familiares a su vecina, la temible cacica Doña Bárbara, contra la cual planea también tomar medidas legales para impedir que se repita lo sucedido con posterioridad. No obstante, pronto descubrirá que su deber es quedarse; algo místico, podemos decir, le empuja a ello. Siente que no puede vender la tierra, siente que debe llevar la justicia al llano y hacer que la civilización se imponga sobre la barbarie, que la humanidad domeñe a lo animal del hombre de campo. Esta lucha, entre Luzardo, sus fieles peones de Altamira, que, al principio dudarán de él y luego no podrán no dar sus vidas por él cuando la ocasión se preste, contra el malévolo círculo de Doña Bárbara y sus amistades, la mayoría, peones suyos de la finca de El Miedo, constituirá el eje central de la obra.

Bajo este eje central Gallegos desarrollará la historia de un curioso triángulo amoroso entre Santos Luzardo, Doña Bárbara y Marisela, la hija repudiada de la cacica con Lorenzo Barquero, un hombre acabado que vaga en la inconsciencia del alcoholismo desde hace días, esperando su pronta muerte. Si bien Marisela vive en un estado de barbarie, no tarda en cambiar de acera, en el sentido de que se desliza de ésta a lo civilizatorio, a lo luminoso y edificante. La transformación se produce en un momento específico, cuando Santos Luzardo le lava la cara. Es una escena muy parecida al bautismo cristiano. Marisela halla la salvación en ese hombre de ciudad que es su primo, que la rescata de la miseria y del que no tarda casi nada en enamorarse. Santos Luzardo también muestra especial interés en ella: la viste galantemente, le enseña a leer, la educa como a las damas de ciudad, con elegancia, le dice cómo debe hablar, cómo expresarse, qué palabras evitar, etc. Quizás sí que hay en él un desarrollo de ese amor que puede apreciarse de forma más palpable. Marisela es el ejemplo individual de cómo una persona puede dejar su pasado inculto y educarse conforme a las ideas de Luzardo, quizás también las de Gallegos. Con respecto a Doña Bárbara, el amor nace en un intento propio de expurgar los pecados de un alma, en un deseo íntimo de comenzar una nueva vida. Su idea de amor deriva del respeto que le inspira la figura de Luzardo, quien, a través de la misma ley propugnada por Doña Bárbara con la cual le ha arrebatado vilmente reses y tierras, ha sabido darle la vuelta a la tortilla a la situación y poner en su sitio a la cacica. Halla, pues, en su vecino una inteligencia y una nobleza que despiertan su admiración, una admiración que desemboca en el deseo y en los celos contra su propia hija. No obstante, se planteará a sí misma la posibilidad de ser mejor persona, de entregar sus obras y conseguir así que Luzardo la valore positivamente. El odio y el amor para con Santos Luzardo se mezcla de manera asombrosa en el personaje de Doña Bárbara, siendo la construcción del mismo personaje ya algo digno de alabanza en el escritor, debido a la enorme dificultad que eso conlleva. 

Otro detalle que no he mencionado a tener mucho en cuenta es el léxico empleado, la manera de hablar de los personajes y los controvertidos vocabularios típicos de la época y del género. Gallegos emplea un español para el narrador que difiere considerablemente del que emplean sus personajes de la obra. Mientras que el narrador usa un lenguaje neutro, los personajes son retratados de forma realista y su forma de hablar no es maquillada. Se aprecian las riquezas de las hablas populares y los dialectismos y regionalismos. Cada término que Gallegos considera que puede resultar difícil para un lector de español exterior al Llano, y sobretodo exterior a Venezuela, es definido por él mismo a pie de página para facilitar la tarea de la lectura. Es una visión paternalista que se proyecta sobre el lector, que debe de ser ayudado para comprender la integridad de la obra. La edición de Austral que me he leído continúa la tradición de los vocabularios de Gallegos añadiendo casi doscientas definiciones más. Cosas como éstas te hacen replantearte la riqueza de nuestra lengua y el desconocimiento que tenemos en muchos aspectos de la misma, tema en el que no entraré, pero que daría para un curioso debate.

Creo que ya he dicho todo lo que quería decir, quizás no es necesario que me detenga más en esta reseña. En conclusión diré que me ha gustado mucho por todo lo expuesto, a pesar de la ingenuidad y la poca verosímil transición de un estado a otro que se perpetra en algunos de los personajes, así como el hecho relativo de que muchos resulten planos. No obstante, repito, es muy buena novela, adictiva como pocas, y merece ser leída, como casi toda las que se reseñan por aquí.


jueves, 14 de agosto de 2014

Billy Budd, de Herman Melville

Historia simple con reflexiones interesantes...

Quizás junto con "Bartleby el escribiente" y, por supuesto "Moby Dick", "Billy Budd" sea una de las obras de Melville más fáciles de encontrar en librerías. Lo primero que hay que decir de ella es que está incompleta al ser la última novela del maestro norteamericano, esa que no pudo acabar, y que, según la página de Wikipedia en inglés, comenzó en 1888, sobreviniéndole la muerte en 1891. La obra permaneció mucho tiempo oculta, hasta que en 1924 fue, finalmente, publicada por sus descendientes. Lo cierto es que, a pesar de ser el escritor de una de las obras más representativas de la literatura universal, como puede ser perfectamente Moby Dick, y de uno de los relatos más potentes que he leído, como puede ser el Bartleby, Melville alcanzó su fama como escritor al inicio de su carrera literaria y estas obras, que vinieron después, nunca fueron aceptadas por la crítica o el público. Sin embargo, no fueron del todo olvidadas. Un grupo de seguidores muy reducido mantuvieron vivas las obras del marinero norteamericano hasta que a mediados del siglo XX éstas se revalorizaron, sobre todo Moby Dick, y es, gracias a eso, que hoy lo conocemos como un clásico. Fue en la época del redescubrimiento de Melville cuando se proyecto la ópera de "Billy Budd" con música de Benjamin Britten y libreto de E.M. Forster que tuvo bastante éxito al parecer. A los diez años ya estaba el británico Peter Ustinov terminando de rodar su adaptación cinematográfica.

  Sobre la novela.

  "Billy Budd" narra la historia del marinero de nombre homónimo al título cuando éste se ve enrolado a la fuerza en el buque de la marina inglesa de  setenta y cinco cañones el Indómito a finales del siglo XVIII, momentos antes de las guerras napoleónicas contra Francia, ambiente que retrata muy bien Melville, aunque, para mi gusto, sin profundizar lo suficiente en él -supongo que se debe a ello en parte a que es una obra inacabada-. Billy es un gaviero de estribor, simpático, amigable, apodado por muchos como el Marinero Bonito debido a su simétrica belleza. Es, en pocas palabras el perfecto marinero. Pero hay que generar un problema, porque de ellos vive la ficción. Claggart, el maestro de armas -cargo que en esta época viene a ser una especie de policía dentro del barco para asegurar que todo está en orden-, le "coge manía", lo crean o no, porque sí, porque es el malo y punto, lo que me deja con bastante mal sabor de boca. Se tira literalmente un capítulo, el más aburrido del libro, por suerte bastante breve, en una digresión sobre la corrupción innata del espíritu de algunos seres humanos. El razonamiento de Melville es que Claggart es malvado porque nació malvado y no se molestó en cambiar su forma de ser. Pues bien, Claggart, el maestro de armas, se obsesiona con el pobre Billy como el capitán Ahab con la ballena blanca y empieza a urdir artimañas para echarlo fuera del barco, vivo o muerto. Y de eso, a grandes rasgos, va la novela. Existe un tercer personaje principal, del que se dibuja un boceto al principio y no aparece más hasta mediados del libro, que es capitán del navío, Vere el Estelar, un hombre apacible, sensato, justo y que, a veces de pasarse de culto, resulta pedante para sus subordinados, que no entienden del drama griego clásico ni de Tomás de Aquino.

  Una de las cosas que caracterizan la literatura de Melville son sus múltiples digresiones y que, como he podido comprobar leyendo "Billy Budd", no es una cosa aislada que se limite a "Moby Dick". Las digresiones tratan muchos temas, rompen el dinamismo de la obra al no ser necesarias en la estructura de la misma, pero generan un curioso efecto informativo que nos saca del camino para hacernos vagar por otros senderos en los que no nos imaginábamos previamente. Se puede decir que casi todo el comienzo es una gran digresión, o más bien un conjunto de ellas, que nos sitúa en el contexto ideológico e histórico apropiado, siendo una de las partes menos interesantes del libro. Se plantean varias cuestiones éticas, epistemológicas y ontológicas interesantes a lo largo de la novela, habiendo capítulos dedicados exclusivamente a la reflexión. Melville también inunda sus páginas con referencias al mundo marinero, por suerte aclaradas en las notas al pie del traductor/editor (se nos habla de la rebelión del Nore y de lo que paso en el buque Somers en 1842,...), al mundo bíblico (José, Abraham, Isaac, Caín, Saúl, David,...) y al mundo de la antigüedad grecorromana.

  Podríamos decir que lo mejor del libro son estas reflexiones interesantes. Sin duda, lo peor es la simpleza de la historia, resumible en pocas palabras, de la que ya os he revelado arriba casi la mitad. "Billy Budd" es una novela inacabada y eso hay que tenerlo en cuenta cuando se lee. No es una gran novela, pero se puede leer en una tarde y no sabe a tiempo desperdiciado. 

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