martes, 24 de noviembre de 2015

Los muertos, de Jorge Carrión




Lo que empieza como una novela ucrónica de ciencia ficción se retuerce dentro de sí misma una y otra vez hasta llegar a sorprender al lector y llevarlo de la mano a caminos inesperados e inexplorados (o por lo menos con maleza todavía) por la narrativa actual (especialmente por la española, que se centra mucho más en saciar su problemática local que en aspirar a la resolución, o al planteamiento de preguntas, algo más universales) hasta el día de hoy. Un hombre se materializa sin recuerdos en el charco de un callejón de una especie de Nueva York retrofuturista de 1995 y, tras recibir una paliza por jóvenes de extrema derecha, es acogido en su casa durante unos días por un tal Roy. El Nuevo comprenderá pronto que deberá vagar solo en un mundo en el que las personas no nacen, en el que los videntes leen el pasado y no el futuro y los Viejos ciudadanos aprovechan la ingenuidad de los recién llegados como él para explotarlos de manera brutal. El mundo de los muertos se construiría como un falso espejo de la realidad en la que vivimos en el más allá. O eso es lo que podríamos pensar al devorar las primeras páginas. Los muertos sólo pueden conocer su pasado a través de las predicciones y visualizarlo gracias a las continuas interferencias que les cruzan la mente. Roy, que se acuesta con su vecina, la psicóloga Selena, a veces se siente culpable al saber que en una vida anterior amaba a otra mujer. Selena, que siente que en otra vida fue madre, decide adoptar, convenciendo a Roy para ello, a la joven Jessica que se ha materializado en el charco, aún a sabiendas que tampoco es su hija. Un grupo de personas que creyeron haberse conocido en la vida pasada se reúnen entre sí para encontrarse a sí mismos, descubrir mejor qué hicieron en el pasado y si merece la pena repetirlo. A este grupo pertenecerá nuestro Roy y quizás también El Nuevo, por lo que Roy deberá emprender una búsqueda por toda la metrópolis hasta dar con el extraño personaje que hace apenas unas horas ha puesto de patitas en la calle.

Carrión sigue a la escuela posmodernista norteamericana en su crítica a los mass media y a la sociedad consumista del capitalismo real de los cuales ni muertos parece que podamos escapar. El jornal de un mes sólo para saber tres palabras acerca de tu pasado consistentes en poco más que un nombre, lo que repercute en tu nivel social, y un par de detalles mal esbozados y muy inconexos, puede ser un ejemplo de ello. El empeño del Nuevo por conocer su pasado, condicionado por el grupo, y su ansia de vivir el presente –no en vano invertirá su primer jornal en perder la virginidad en este nuevo mundo en un burdel de la periferia- supondrán una tensión que lo someterá tanto a él como al resto de personajes, que dudarán constantemente entre avanzar y retroceder, hasta el descubrimiento y la resignación de que todo retroceso resulta de una renuncia al presente y por tanto de una pérdida de éste. Carrión también critica las desigualdades sociales y económicas de las sociedades capitalistas actuales cuando distingue, por un lado, a los habitantes de la Casablanca y, por otro, a los miles de Nuevos inadaptados que transitan por los túneles del metro como entes sin identidad, incapaces de enfrentarse al mundo, o bien explotados en las fábricas, al amparo de un sistema legal que prefiere mirar hacia otro lado. Si bien los muertos no pueden volver a morir, un disparo en la frente supone un proceso de reestructuración de la carne que puede implicar varias semanas de un dolor punzante. Esto le permite a Carrión sugerir ciertas escenas de temática grotesca, en las que no se recrea más de lo necesario. Es así como la violencia corre por las calles con mayor ímpetu que en la sociedad en la que vivimos. 

Carrión reparte ciertas dosis de violencia de forma justificada a lo largo de toda su obra, así como replantea el tema del luto y de la pérdida y reencarnación en otro mundo como continuación de la vida con aparente borrón y cuenta nueva. Aun así las interferencias (repentinas visiones que duran segundos) del pasado no tenderán a ser agradables y muchas veces, como en el caso del fiscal McClane y otras personas, incluso apocalípticas. El miedo a que el horror masivo del pasado se repita en el presente es una constante en la obra, así como en muchos personajes es todo lo contrario, la búsqueda de ese pasado que desconocen puede suponer una escapatoria del mundo de violencia de los muertos. McClane intentará mejorar la situación de los Nuevos a través de la desmantelación del proyecto de Braingate impulsado por las autoridades para experimentar con nuevos y lavarles el cerebro cuando descubran demasiado. 

La escritura de cada capítulo está milimétricamente calculada y expresada de una forma muy visual, podría decirse cinematográfica, con una estructura basada en la alternancia de planos de acción con distintas esferas de personajes. Todo esto, además de los múltiples giros argumentales (especialmente el acontecido al final de la primera parte) y la originalidad del tema, da como resultado una obra muy dinámica, que engancha a los pocos capítulos de ser empezada. Pero lo más apabullante, como no tardará en comprobar el lector, serán la gran cantidad de referencias culturales de todo tipo (aunque principalmente audiovisuales) que se despliegan en la obra tanto de la alta como de la baja cultura. Es este modelo cinematográfico el que se complementa perfectamente con cada parte y consigue que las referencias no resulten sacadas de contexto, sino dentro de las mismas aguas en las que estas obras referenciadas fueron concebidas. Los muertos no es una novela convencional, ni siquiera una novela más, es un ejercicio de pensamiento, de reflexión sobre la muerte y la propia ficción, capaz de trascender cualquier género y de ir más allá del puro entretenimiento. Se acaba de convertir en una obra que recordaré por mucho tiempo con buenos ojos.

Podéis encontrar más reseñas en El lamento de Portnoy (donde el ilustre Javier Avilés reflexiona sobre la realidad y la verdad, los planes de realidad en Los muertos y hace, a mi juicio, ciertos desvelamientos, o spoilers de peso), Un libro al día (donde la crítico compara el estilo de Jorge Carrión con su primo pequeño de Villafranca) y La tormenta en un vaso (donde Pedro Pujante afirma que la prosa del primo de Villafranca -digo, Carrión- es la prosa del futuro)


1 comentario:

  1. Según lo describes tiene todo lo que me gusta. Gracias por la pista, va de cabeza a la wish-list.

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