Luis Rodríguez Márquez, ese es el nombre del último hombre vivo sobre la Tierra. O, al menos, que él sepa. Una serie de sucesos han arrasado con toda la vida sobre el planeta desde el año 2034. La Tierra, hasta ese momento reivindicaba su existencia, era un 1 en una cadena de códigos binarios. Un 1 frente a los otros ceros del sistema solar, frente a los otros tantísimos ceros del universo, que negaban la vida sobre su superficie y bajo esta. Hasta que un día todo cambia. Las distintas especies de animales comienzan a extinguirse. Primero es el plancton y a raíz de él, los peces más pequeños y los grandes cetáceos. Las bestias marinas comienzan a atacar a los bañistas de las playas de medio mundo como si de una secuela de Tiburón se tratase. Lo que sigue es verdaderamente aterrador. Ante la prohibición del baño, los peces comienzan a devorarse los unos a los otros hasta consumirse. Tras ellos, vienen las aves piscívoras. Muchas gaviotas enloquecen. Pasamos de Tiburón a Los pájaros de Hitchcock. Y una extinción llevará a la otra, salvo cuando los animales optan directamente por morir, por dejar de existir, por convertirse en un cero. Todos, además, de golpe y porrazo. La vida cambia, el mundo es distinto sin perros, sin cerdos, sin gatos, sin palomas. Es un mundo vegano, pero estable. No obstante, con la voluntad de la Tierra va todo lo que en esta habita y con ello quiero decir también la humanidad.
Estamos ante una novela de ciencia ficción apocalíptica que tiene lo mejor de las películas de catástrofes, con todo ese aroma a desesperación y situaciones límite, donde la muerte está siempre presente. No hay una explicación razonada para este latido final de la Tierra, pero no es necesaria. Su ausencia aporta mucho más que su aparición y esto lo sabe Codina. Aporta miedo, pánico e incomprensión. Además, es imposible que el narrador tenga los datos necesarios para desentrañar el porqué del apocalipsis. Solo es un periodista que vivía tranquilamente con su familia en un kibutz en Azuaga (un pueblito de Badajoz, España) cuando atisba que el mundo está cambiando y sospecha que las grandes ciudades ya no son seguras. Lo interesante de la historia es la visión de la hecatombe desde un doble prisma, pues mientras que Luis narra cómo vivió él y su familia los cambios en Azuaga, aprovecha también para relatar la experiencia de su amigo Gerardo, quien con su mujer y sus dos hijas, se vio obligado a escapar de una caótica Madrid, controlada por terroristas de extrema derecha.
Pero Luis alberga una esperanza, que es la de toda la humanidad y esa es el regreso de los hijos de las estrellas, de aquellos seres humanos que fueron enviados a Marte unos años antes. Luis espera que la Tierra pueda ser repoblada y que no permanezca como un planeta muerto. Y para ellos, para los marcianos, escribe, detallando minuciosamente cada suceso y explicando ciertas referencias a la cultura pop para que los viajeros del futuro puedan comprender mejor la riqueza cultural que se ha perdido. Para ellos adjunta tanto deuvedés de películas y series estadounidenses y españolas, como libros y revistas de diversa índole. Quiere que el legado humano, a pesar de la negligencia de otros, no se pierda y esto lo convierte en un héroe. Y es en esa heroicidad donde encuentra un motivo para vivir tras la muerte de todos sus seres queridos. Luis es el historiador, el cronista de una guerra contra la naturaleza y contra el propio ser humano, que trata de describir con toda la imparcialidad posible sucesos realmente espeluznantes y que llora y sufre, pero que es ante todo consciente de su misión, la cual parte de un misterioso sueño que considera premonitorio.
En Código binario, Codina retoma elementos que tanto caracterizan sus relatos de ciencia ficción de Hijos de la oscuridad, como lo son ese énfasis en que el apocalipsis puede llegar en cualquier momento y que su progresión puede responder a modelos inexplicables. Mi relato favorito de Hijos de la oscuridad y que tiene mucho que ver con Código binario es "Documentos para la memoria de la especie", posiblemente el texto más original de todos los que aparecen en el libro de relatos. En él, cada mes, en un día concreto, todas las personas de cierta edad empiezan a morir inexplicablemente empezando por los nonatos. De esta forma, la humanidad va llegando a su fin poco a poco, envejeciéndose la población, por un motivo imposible de deducir y con una esperanza que se presenta en las últimas páginas del relato. Al igual que en Código binario están presentes en la mente de Luis los marcianos, en "Documentos para la memoria de la especie" aparecen personas jóvenes mucho tiempo después de haber superado el día señalado para su muerte. Los últimos supervivientes logran crear bebés in vitro y depositan en ellos la responsabilidad de reconstruir el mundo, con la ayuda, eso sí, de androides programados para la crianza. Por ello, aunque Código binario es una obra muy diferente tanto en concepto como en ejecución, se puede trazar una evolución de las premisas de Codina de un texto a otro. También nos sirve para valorar la evolución del estilo del autor. En cualquier caso, tanto Hijos de la oscuridad como Código binario son dos obras narrativas muy interesantes y que despliegan una excelente combinación de horror y ciencia ficción.
Lean mucho, coman con moderación y namasté.
Reseñas de otras obras de Fernando Codina en esta esquina: Hijos de la oscuridad,
PD. Por si alguien no lo ha visto, dejo también la entrevista que tuve la oportunidad de hacerle al autor a propósito de esta novela.
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