Cuando Zelda Fitzgerald le comenta a su esposo la nostalgia que le embarga al pensar en los melocotones y las galletas de su tierra natal, Alabama, éste decide que, aprovechando su estancamiento como escritor en lo más alto, bien podrían realizar un viaje hasta el pequeño poblado de Montgomery, donde ella podría volver a disfrutar de esos frutos y esos dulces que tanto extraña. Esto les lleva a embarcarse en una odisea a través de Estados Unidos, una odisea que no habría sido tal si no fuera por el destartalado automóvil de los Fitzgerald, apodado cariñosamente como la Chatarra Rodante. La crónica del viaje, llena de sucesos curiosos y extrambóticos, queda narrada en este librito, donde el vehículo, mucho más que el paisaje, se convierte en el protagonista indiscutible. Esto supone un giro importante en la narrativa tradicional de viajes que me hace dudar un poco la recomendación o no de este libro. Normalmente, la narrativa de viajes supone un encuentro con uno mismo a través del encuentro con el otro, pero aquí no parece haber ningún tipo de encuentro real más allá del que puedan llegar a tener los Fitzgerald y su coche.
Esto en algunos momentos es cómico y en otros hasta tierno. Hay pocas descripciones, aunque las que hay son muy buenas. Hay algunas reflexiones interesantes sobre el acto de viajar y sobre lo difícil que les resulta a las personas comunicarse entre sí, pero dan la sensación de ser demasiado superficiales. Quizás El crucero de la Chatarra Rodante pueda resultar entretenido, pero Fitzgerald ha sido capaz de aportar mucho más en otras ocasiones. Uno siempre lo puede leer por el increíble morbo del matrimonio Fitzgerald, por entender mejor sus mentes de escritores, artistas y socialités de los locos años veinte y en ese sentido el lector sí que podría quedar muy satisfecho. Fitzgerald nos va a retratar su matrimonio con todos sus virtudes y defectos (el carácter controlador e irascible de él, la cursilería sibarita y la inestabilidad emocional de ella, etc.), que tampoco es algo que le había pedido nadie, o quizás seré yo el que soy poco fisgón. Hay también una escena por ahí que luego se va a reutilizar para Suave es la noche y otra en la que se ve lo racista que era Fitzgerald y... y poco más, la verdad. Supongo que habrá algún perfil de lector al que le interese y que pueda disfrutarlo bastante. A mí me ha parecido insuficiente, sobre todo para un escritor de su renombre.
Tenéis reseñas del librito mucho más alagadoras en Entre montones de libros y Letras en tinta.
Más reseñas de obras de Fitzgerald en esta esquina: A este lado del paraíso
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