viernes, 5 de febrero de 2021

Las ratas, de Miguel Delibes

 


Vuelvo a Delibes unos meses después con la que ha sido para mí la mejor lectura de este comienzo de año. Las ratas no se aparta de lo que viene siendo habitual en el autor. Véase: entorno rural empobrecido, gentes arraigadas a la tierra que viven de ella y dependen de los continuos cambios climáticos, lenguaje basado en la oralidad, inserción de pequeñas historias dentro de una trama más extensa, gran importancia de los personajes secundarios, etc. Por su forma de estar contada y el hecho de que el protagonista vuelva a ser un niño que rechaza ir a la escuela porque cree que en ella no puede acabar aprendiendo nada de provecho, la obra recuerda de manera importante a El camino. Si a esto se le añade la localización (pueblo perdido en mitad de Castilla) y que cada personaje tiene su particular mote dentro de la comunidad (algunos muy obvios, pero otros muy chistosos), podríamos decir que estamos ante una segunda visión de la misma problemática ya presentada en El camino. No obstante, hay que dejar algo en claro. Las ratas se trata de una obra mucho más oscura y con tramos verdaderamente desagradables, lo que en cierto modo tiene sentido si se tiene en cuenta que se publica en los sesenta, casi diez años después. El camino podía y debía ser una novela que reflejase las duras vidas de aquellos que vivían en el campo, pero la situación en España tampoco permitía un texto que se recrease en lo grotesco. Delibes trataba de separarse del tremendismo de Camilo José Cela, pero una vez que este toma otros caminos literarios y su obra empieza a perder relevancia, Delibes se sienta y escribe Las ratas, una pieza con la que trata de reflejar la oscura realidad del campo español.

Los momentos de esperanza de El camino se ven dinamitados. El Nini es muy diferente del Mochuelo. Su vida se nutre de los elementos. Hijo de dos hermanos, vive en una cueva y duerme sobre un montón de paja. Su trabajo desde pequeño es azuzar a su perra, mutilada y medio ciega, para que rastree la vera del río en busca de ratas para venderlas en el pueblo. Sí, en el pueblo comen ratas. Y de ellas, el Nini lo sabe todo. Cuenta con las enseñanzas de su padre, y a la vez tío, el Ratero. La caza se convierte en sustento, pero este año no hay apenas. Un despreocupado muchacho de la ciudad vecina, por mero ocio, se acerca también a cazarlas. Si sumamos esto a que el alcalde del pueblo quiere echarlos, al Ratero y al Nini, de su preciada cueva a cualquier precio, tenemos un clima de tensión que anticipa lo inevitable: el crimen.

Toda la novela se construye con dicho fin. El enfrentamiento entre el Tío Ratero y el cazarratas furtivo, así como el abandono de la cueva, debe producirse. Este abandono no solo debe ser únicamente literal, sino también simbólico. La forma de vida de los protagonistas y su particular vivienda nos remite al mito de la caverna de Platón. El tío Ratero piensa que no tiene ratas porque el otro se las roba y que cuando lo mate aparecerán por arte de magia. El Nini sabe que esto no es así y, aunque advierte al intruso reiteradas veces para que no se acerque, sabe que es imposible que un chico de "buena familia" se tome en serio las palabras de un niño mal vestido y que lleva sin lavarse un año. El Ratero y el Nini tienen la oportunidad de vivir en una casa normal en el pueblo y cambiar sus tradiciones por otras que generen más ingresos. El Nini podría estudiar. Todo parece un negocio redondo, pero... el Ratero solo entiende de ratas. No sabría cómo vivir fuera de la caverna, porque la caverna es su vida. Y todo aquel que trata sacarle a él o a su hijo es un malnacido. 

Como digo, la trama se va construyendo con pequeñas historias que nos van mostrando la realidad de ambos personajes y del resto de habitantes del pueblo. Se destaca la sabiduría y la prudencia del Nini, pero también su incapacidad para operar, debido a la edad que tiene, así como su tremendo cariño y amor hacia el Ratero, aún cuando sabe que este está equivocado y que le acarreará problemas más pronto que tarde. Uno conoce el final antes de leerlo, de una forma un tanto similar a como sucede en El camino, pero desconoce quién ganará la lucha. Puede sospecharlo. Sin embargo, a pesar de las más profundas y acertadas sospechas, Las ratas tiene la capacidad de erizar los bellos del lector en sus páginas finales. Y esa es su magia. Una estrategia literaria extraordinariamente bien hilada y que deja muy buen sabor de boca. 

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Miguel Delibes en esta esquina: El camino, El disputado voto del señor Cayo, Cinco horas con Mario,



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