viernes, 16 de octubre de 2020

El cuento de la criada, de Margaret Atwood

 


Tras un golpe de Estado, la asociación ultrarreligiosa y paramilitar Los hijos de Jacob asesinan al presidente de los Estados Unidos de América y toman el control de la Costa Este. Con el fin de crear una sociedad totalitaria donde los miembros mantengan su poder sobre el resto, someten a los distintos ciudadanos a una serie de imposiciones y purgas. El mundo ha quedado consumido por la radiación y el cambio climático ha hecho que la mayor parte de hombres y mujeres se hayan vuelto estériles. Para asegurar el futuro de Gilead, la nueva nación, hombres y mujeres se dividen en distintas clases funcionales. Por un lado, están los Comandantes (orquestadores del atentado y de la expulsión y genocidio de los disidentes), los Ojos (espías masculinos que se encargan de velar por el "bien moral" y que están al servicio de los Comandantes), los Ángeles (soldados distribuidos en los distintos frentes internos y externos de Gilead) y los Guardianes (que conforman una especie de policía de Gilead y que también dependen de los Comandantes). Por otro lado, están las Esposas (mujeres infértiles casadas con los Comandantes), las Econoesposas (mujeres casadas con Ojos, Ángeles o Guardianes), las Marthas (mujeres destinadas a las labores del hogar y al servicio de las Esposas), las Criadas (mujeres fértiles que son violadas por los Comandantes con el fin de proporcionar un hijo tanto a ellos como a sus esposas estériles) y las Tías (mujeres lo suficientemente maduras como para no tener hijos y que se encargan de adoctrinar a las Criadas en un lugar llamado El Centro de Raquel y Leah).

Todo vestigio de las libertades del pasado ha sido suprimido, especialmente para las mujeres. Se les ha prohibido leer, amar, fumar, beber alcohol, pasear libremente, tener posesiones, manejar dinero y vestirse como ellas quieran. A cambio se les ha asignado un rol que deben desempeñar si no quieren padecer numerosos castigos que oscilan entre la muerte inmediata y la muerte lenta y dolorosa trabajando en las Colonias. Estas Colonias no son el escenario directo en ningún momento de la novela, a diferencia de la serie (cuyas similitudes y diferencias comentaré abajo), pero su presencia inspira un absoluto pavor entre Criadas y Marthas. Se trata, pues, de extensiones de campo asediadas por la radiación y en el que las No Mujeres (las infértiles desempleadas, las lesbianas y las que no están de acuerdo con el régimen) son explotadas hasta contraer diversas enfermedades y morir, como si de un gulag de la Unión Soviética en los años cuarenta se tratase. Frente a la imagen asfixiante de las Colonias, que la protagonista conoce por las películas que le obligan a ver en el Centro Raquel y Leah (también conocido como Centro Rojo), está el Muro. Esta es una de las antiguas paredes de la Universidad de Harvard, donde cuelgan a los disidentes a la vista de todos, como si de espantapájaros se tratase. Cabe destacar que la universidad ha sido cerrada y que en la novela es una suerte de cárcel y centro de operaciones.

Con la cultura machacada, todo lo perteneciente al viejo mundo es consumido por las llamas: libros, trajes, revistas, obras de arte, etc. Solo algunos Comandantes poseen ciertas reliquias del pasado que ocultan gracias a su poder. El dinero ha desaparecido y solo importa la posición social y jerárquica. Desde arriba se dicta lo que es moral y lo que no, se fomentan ciertos actos y se prohíben otros tantos. Además, se hace con tanta inmediatez que los personajes viven con un miedo y un odio constantes al ser conscientes de que en cualquier momento puede cambiar su suerte.

Pues bien, en este contexto está Defred, la protagonista y narradora de El cuento de la criada. Para quien haya visto la famosa serie de Hulu (que adapta en su primera temporada la práctica totalidad del libro con mucha fidelidad), todo lo que he dicho hasta aquí no resultará sorprendente. No obstante, hay diferencias importantes. Y esto se debe a que el libro es mucho más sutil que la serie. Si bien ciertos capítulos de la novela se calcan directamente en la pantalla, otros tantos que son sugeridos se ven ampliados y modificados para cambiar el sino de la protagonista. Defred no tiene un nombre asignado en la obra. Conviene recordar que Defred no es más que un patronímico que nos viene a indicar de quién es Criada, es decir, cómo se llama el Comandante cuyo hijo tiene la obligación de alumbrar si quiere seguir con vida. Al mismo tiempo, cabe destacar que en inglés Defred se cambia por Offred, lo cual guarda una similitud intencionada con offered (ofrecida, sacrificada) y que le da un papel nominal de mártir que en la traducción se pierde. Como comenta la propia Atwood en el prólogo de mi edición, hay críticos que han querido bautizar a Defred como June, al ser un nombre que aparece en el primer capítulo y que no vuelve a mencionarse. Esta es una ambigüedad que en la serie se pierde.

Y, sin embargo, lo que le da la gracia a este texto es precisamente su ambigüedad. Esta se ve potenciada en la parte final de la obra titulada Notas históricas sobre 'El cuento de la criada', que para mí como lector que ya he visto la serie es lo más relevante. Este final da a entender cómo se transmite el relato de Defred y cómo esta ha tenido importancia en el futuro tras la caída de Gilead, pero al mismo tiempo pone en duda diversas cuestiones como la autenticidad del mismo dentro de su propio universo, la veracidad de ciertas anécdotas de Defred, así como el nombre y las ocupaciones de los diversos personajes de la obra. Y mientras todo el relato, de casi cuatrocientas páginas, se pone en duda, se aporta más y más información sobre la confusa formación de Gilead y se atan ciertos cabos para el lector.

De la ambigüedad vive la literatura. Defred es trasladada como Criada de una casa a otra mientras su hija, arrebatada por los infames, crece en otra casa y su marido sigue en paradero desconocido. Defred fantasea con encontrarse con Luke y al mismo tiempo con su muerte. Se siente culpable por desear a Nick, el chófer de su Comandante, pues no sabe qué ha sido de Luke. Siente que le es infiel, pero se justifica en las circunstancias y en los años sin verlo. Y todo esto ocurre en la serie, pero el espectador pronto descubre que Luke está vivo en Canadá y que está tratando de rescatar a su esposa, por lo que la ambigüedad de la novela que invita al pesimismo se pierde en la serie de nuevo. Si eso está bien o mal es algo que no estoy dispuesto a juzgar. Probablemente, la incursión de Luke en la serie sirva para aportar cierta esperanza a una serie de hechos muy desalentadores.

A pesar del contenido y de la complejidad que puede suponer armar una historia convincente con una sociedad tan compleja como la que Atwood crea para Gilead, hay que decir que la narración se siente muy ágil y atrapante. Siendo un texto con una densidad considerable, las desventuras de su heroína se hacen amenas y de interés. Los temas centrales son la vinculación de lo religioso con el poder, lo cual no es exclusivo de El cuento de la criada, sino que está presente en otras muchas obras de tinte distópico. Se me vienen a la mente El mundo interior de Robert Silverberg (recientemente reseñada) y La cruz y el cerdo de Nieves Guijarro Briones (que aparecerá por aquí el mes de noviembre). De la misma forma, el abuso de poder de la mujer hacia el hombre tampoco es algo nuevo. Lleva con nosotros desde antes de los inicios de las civilizaciones occidentales. Si se ha podido frenar en parte ese abuso es gracias a las luchas de décadas enteras donde las mujeres se han unido para reivindicar sus derechos. Margaret Atwood en su prólogo no considera que El cuento de la criada sea una novela feminista, en el sentido de que reivindique una mejor posición para la mujer. Sin embargo, sí que la considera así (y yo la secundo) en el sentido de que trata de una historia sobre mujeres, donde ellas son las protagonistas y es su voz la que se levanta contra las diversas injusticias de un mundo reaccionario que ha surgido como respuesta a esa búsqueda de libertades.

La agilidad del relato y el nombre que se le ha asignado remite a Los cuentos de Canterbury de Chaucer. No obstante, mientras que en el marco de esos cuentos todo era alegría y deleite y estos no servían más que para entretener a los peregrinos, en El cuento de la criada nadie, ni siquiera el Comandante, es feliz. Los cuentos de Chaucer tenían un fin didáctico, como los que le cuentan a Defred en el Centro Rojo, aunque el didactismo tira cada uno por su lado. Chaucer habla del amor, de la fortuna, del ingenio y de la muerte. Y esto lo hace también Defred como narradora, oponiéndose a toda la propaganda de Tía Lydia. Sin embargo, el tono jocoso del inglés es sustituido por un llanto desesperado y una mezcla de resignación y rabia.

En definitiva, El cuento de la criada es una gran novela distópica que toca temas muy manidos, pero que son hasta cierto punto originales dentro de este género y que se sienten a día de hoy con vigencia. La construcción del universo de la obra es de lo mejorcito de la misma porque la autora no requiere de amplias descripciones y explicaciones que detengan el ritmo de la trama. Todo se siente orgánico y es algo que se agradece cuando estamos ante historias de esta complejidad. Para mí, que ya me había cargado las tres temporadas de la serie, no ha resultado una gran sorpresa, lo que se debe a que Hulu hace una adaptación bastante fiel de la obra (habiendo diálogos que son calcados). No obstante, la adición de las Notas históricas me parece de lo más interesante. Aprovechando el tirón de la serie, Margaret Atwood sacó hace un par de años otra novela ambientada en Gilead y que tiene a otras protagonistas. Lleva el título de Los testamentos y creo que la edita Salamandra en español. Es muy posible que la lea y la comente también aquí.

Y eso es todo. Coman mucho, lean con moderación y namasté.



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