sábado, 29 de febrero de 2020

Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes




Este año se cumple el centenario del nacimiento del escritor vallesoletano y yo me presento a las oposiciones para el cuerpo de profesores de Enseñanza Secundaria por la especialidad de Lengua Castellana y Literatura, lo que hacía inevitable que un libro como Cinco horas con Mario, que deseaba leer desde hace tanto tiempo y al cual no paraba de plantarle excusas, tuviera que caer finalmente en mis manos. Eso sí, os adelanto ya que la lectura no ha sido agradable. 

Para quienes no recuerden la trama del instituto o para quienes leen esta reseña desde fuera de España, Cinco horas con Mario es una novela no demasiado larga que se construye casi en su totalidad como un falso diálogo entre una viuda y su marido recién fallecido. Digo falso diálogo y no monólogo porque, a pesar de que por razones lógicas Mario no puede contestar, su espíritu estará presente en todo momento. Carmen, la viuda, le echará en cara la vida mísera que ha tenido y que le achaca a él y a su forma de ser tan "roja", tan solidaria, tan intelectual en una España en la que ser de izquierdas era el mayor crimen en contra de la Humanidad. Pero vayamos poco a poco con los personajes.

El matrimonio lleva más de veinte años casados y tiene varios hijos, algunos de los cuales ya están a las puertas de la universidad. Mario como buen profesor quiere que todos asistan allí, pero esto es imposible desde los prismas de Carmen, quien piensa que leer atrofia la cabeza, especialmente a las mujeres. Las novelas que solo merecen la pena para Carmen son las de amor porque este es un tema universal. Carmen vive por y para el amor y lo explica todo a partir de él, pero siempre desde la corrección social. Piensa que las señoritas deben comportase como señoritas, asumiendo todo el aparataje social de opresión. Los hombres que le gustan son los pillos, los que se hacen el "macho alfa" vacilando de coches y propiedades. Y esto la hace sentirse una infeliz porque Mario prefirió gastarse su sueldo en libros o en ayudar a los pobres antes que en un coche. El sueño de su vida, tener un Seiscientos, se fue al traste y eso es algo que no podrá perdonar a su marido. Por eso se lo reprochará siete u ocho veces después de muerte. Siete u ocho. O incluso más. Contar, lo que se dice contar, no las he contado.

En la narratología francesa se denomina frecuencia al número de veces en las cuales se repite un acontecimiento durante la narración. Hay dos opciones, la más común en prosa suele ser el modo singulativo, que lleva a coincidir una acción con una sola representación. Tiene un sentido, el lector siempre puede volver atrás si se ha saltado sin querer algún detalle de peso. Sin embargo, en el teatro esto es imposible. No se puede a priori detener la representación dramática y retroceder a la escena anterior si no hemos oído bien o nos hemos quedado pensando en otra cosa. Por ello, en cuanto a la frecuencia se refiere, lo lógico es usar un segundo modo, el iterativo. Mediante él las acciones pueden tener varias representaciones. El modo iterativo no consiste en hacer mención a lo anterior, sino a reexpresarlo con las mismas palabras y elementos extraverbales de haberlos. Ahora bien, esto funciona en el teatro teniendo un peso y una medida, pero es a su vez tremendamente característico de Cinco horas con Mario. Tiene un sentido, mediante él se busca expresar el bloqueo de Carmen ante la repentina muerte de su marido y sus fantasmas interiores, sus privaciones, sus sueños y su forma de pensar. La reprimenda a Mario es un llanto de desesperación, una fuga a través de la cual busca que alguien la expíe de lo que considera sus pecados. El tono del modo iterativo en este caso busca crear angustia y una cierta sensación de claustrofobia que ha conseguido que la novela se me haga muy cuesta arriba. Por otro lado, la fuerza dramática y sentenciosa que aporta hace que esta obra sea perfecta para trasladarla a los escenarios.

A través de los labios de Carmen no solo conocemos al matrimonio y a sus hijos, sino también a la peculiar familia exterior y a los amigos de ambos, que son tremendamente dispares. Frente al conjunto de intelectuales proveniente del círculo de El Correo y que son ridiculizados como pusilánimes por Delibes, tenemos al padre idolatrado de Carmen, columnista en ABC y al cual Mario parece deberle un favor. Digo "parece deberle" porque la información que se nos muestra, salvo en el capítulo primero y en último, es sesgada dependiendo totalmente de su mujer. No obstante, la intervención de Mario hijo en los compases finales ayudan a aportar más luz sobre la triste realidad de los personajes.

La muerte era un tema que obsesionaba a Delibes. Actualmente me encuentro inmerso en la lectura de La sombra del ciprés es alargada, que, sin ser tan asfixiante, goza de un tono lóbrego y retrata una naturaleza hostil. Sin embargo, con la muerte la vida no acaba. Los seres humanos seguimos recordando a quienes se van y los mantenemos vivos de esta forma. Cinco horas con Mario representa el bloqueo inicial, esas horas en las que uno no es capaz de asimilar lo que acaba de ocurrir y se siente impotente, enfadado con la realidad y hasta cierto punto culpable por los asuntos que quedaron pendientes.

No puedo decir que la obra no me haya gustado, pero me ha costado trabajo digerirla y los personajes se me han vuelto pesadísimos a más no poder, por lo que no puedo recomendársela a cualquiera. Tenéis otra reseña en Un libro al día, donde defienden que se trata de una obra que no deja indiferente a nadie.

Y eso es todo por hoy. Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Delibes en esta esquina: El disputado voto del señor Cayo, El camino, Las ratas



jueves, 20 de febrero de 2020

¿Acaso no matan a los caballos? de Horace McCoy




Posiblemente ¿Acaso no matan a los caballos? sea la novela más conocida del autor estadounidense Horace McCoy y es para muchos un pilar del género negro. Sin embargo, es una obra muy particular dentro del mismo, pues no aparece ningún tipo de investigación en toda la obra. Esta se omite y es cambiada por la confesión del criminal, un tal Robert Syverten, un aspirante a actor que ha matado a su compañera de baile tras una desquicia competición de resistencia. Desde los inicios de la obra tenemos el nombre y apellido del asesino y de la víctima, por lo que lo que pasará a interesarnos serán las vicisitudes que llevaron a tal hecho y la motivación que hay detrás de todo. La víctima es Gloria, una joven hastiada de vivir que ha intentado ser actriz por activa y por pasiva en el mundo hollywoodiense sin ningún éxito. Ella y Robert se conocen por casualidad y forjan rápidamente una amistad. Tienen un sueño común (el oropel del cine en su Edad de Oro) y una necesidad (ganar dinero para subsistir). Cuando se les presenta la oportunidad de participar en en el concurso, no dudan ni un momento. La carpa está en frente de los estudios y las más brillantes estrellas del cosmos del celuloide se pasarán alguna que otra vez y, quién sabe, quizá los fichen.

La novela en su conjunto es una crítica al sueño americano y nos señala la cara triste y oscura de muchos soñadores que perdieron su vida tratando de entrar en Hollywood. Al mismo tiempo, nos señala el gran contraste entre una industria cultural millonaria y la necesidad de los pobres diablos en una Costa Oeste azotada por la Gran Depresión de los años treinta. Esta idea de la necesidad de "pan y circo" queda materializada en el bizarrísimo concurso, donde los aspirantes se juegan la vida por poder comer. Junto a Gloria y Robert, muchos otros son los participantes que nos presenta esta breve historia. Entre ellos tendremos a una embaraza, que bailará y correrá por la pista de tierra a riesgo de perder al niño, un asesino que huye de la ley y que interviene en la competición con un nombre falso y una pareja que se casa en la pista solo por el dinero.

Todo gira en torno a dos fuerzas que chocan: la realidad y el deseo. Gloria y Robert son demasiado lentos, conscientes de que van a perder de un momento a otro. No obstante, siguen, más que por un afán de superación, por inercia. Sus cuerpos ya no se mueven solos, son esclavos de una palanca, de un engranaje, de una cadena de montaje que los aliena y que está por encima de ellos. Esa misma palanca, ese mismo mundo gris y devastado que nos muestra la obra, será en buena parte la justificación del crimen. La chicha de la obra está en los episodios finales y en la reflexión que plantea Robert en torno al título de su confesión y el título de la obra que en un primer instante parece no tener nada que ver con la misma. Otro detalle curioso es la titulación de los capítulos consistente en la sentencia del tribunal contra el protagonista segmentada de forma que nos recuerda que en algún momento va a suceder el inevitable asesinato y que va a suceder por unas razones de peso. 

Otro de los temas centrales es el debate que circula en torno a lo inmoral. La competición es considerada como tal durante la obra en varias ocasiones, aunque desde la organización se pretenda dar una imagen de pureza y alegría. Los asistentes acuden para ver a las bailarinas en paños menores o para traficar con sustancias de un carácter dudosamente legal. A excepción de la señora Layden, que vive enamorada de la pareja protagonista y que siempre ha deseado participar en un concurso como este, pero que se ha quedado fuera por su edad. Frente a ella, que se cree el mundo pintado en color de rosas por el escenario, se sitúan las dos representantes de la Asociación de Madres que tratarán de cerrar el negocio a cualquier coste. Entre la postura de ambas se encuentra Gloria, para quien el concurso es una aberración total, pero necesaria, pues entiende que refleja la verdad del mundo: la lucha por la vida a cualquier precio.

Esta obra cuenta con una adaptación cinematográfica bastante conocida titulada en España Danzad, danzad malditos (1969) dirigida por Sydney Pollack y que ganó un Oscar a mejor actor de reparto. Yo no he tenido la oportunidad de verla, pero me han hablado muy bien de ella y no quería despedirme sin citarla. Tenéis más reseñas en Cicutrady y Entre montones de libros.

Y eso es todo esta semana. Lean mucho, coman con moderación y namasté. 

jueves, 13 de febrero de 2020

Astronautas, de Stanislaw Lem



De las cuatro novelas que he leído de Stanislaw Lem, Astronautas es con mucha diferencia la más floja de todas. Y esto no se debe a que los avances científicos hagan imposible un paisaje como el que nos presenta el polaco de Venus. Sobre la cuestión de la inverosimilitud de la obra a causa de los progresos científicos habla el mismo autor en su prólogo. Aunque para mí, ese no es el principal contratiempo de una obra que podría funcionar muy bien, pero que se hace tediosa por momentos. Su defecto radica en la dosificación de la trama y su dilatación (casi 400 páginas) para una historia bien simple. 

En torno al año 1915 un misterioso meteorito se estrella en una región remota de Siberia. El impacto es recordado por los aldeanos durante décadas, aunque el resto del mundo no le da la menor importancia, con la salvedad de algún que otro geólogo moscovita. No es hasta el 2003 ficticio, en el cual no hay guerras, el Sahara se ha convertido en tierra fértil, se han derretido los polos y ha triunfado el comunismo (¡lo que tenía que escribir un jovencísimo Lem para que le dejaran publicar!¡Madre mía!), no es hasta el 2003, repito, cuando una serie de ingenieros se fijan en la fosa y rescata de los alrededores no ya un meteorito, sino lo que a todas luces es una pequeña nave espacial. Dentro de ella se encontrará un mensaje que, una vez descifrado con la ayuda de un superordenador, dejará conmocionado al mundo. El gobierno terrícola no podrá quedarse de brazos cruzados ante la confirmación de vida más allá del orbe y organizará a una tripulación con los científicos más preparados de cada campo. El objetivo será entrar en contacto con los venusianos y descubrir sus enigmáticos propósitos. 

La novela está dividida en dos partes. La primera narra en tercera persona los sucesos referidos arriba, prestando especial relevancia al Comité de Traductores y a la puesta a punto del cohete (el Cosmocrátor), e irá presentando a personajes que posteriormente se convertirán en miembros (me gustaría decir relevantes) de la tripulación. La segunda parte está constituida por el diario del piloto, que narra desde su admisión al equipo hasta el descubrimiento de la verdad acerca de los habitantes de Venus. Al principio parece la parte menos árida de las dos, pero presenta una serie de altibajos, donde las descripciones extensísimas de paisajes y fenómenos no ayudan al lector en absoluto. 

No obstante, la mezcla de las dos fue un completo fenómeno de ventas en la Polonia natal de Lem y en todos los países de la órbita soviética. Quizás la principal ventaja de la obra reside en una apuesta arriesgada por la ciencia ficción en unas tierras y en un momento en el que la moda impuesta era el realismo socialista, trillado cien veces hasta la saciedad. Y Astronautas asume algunos de los principios necesarios para que una obra con una temática tan infrecuente fuera vista con buenos ojos. La Unión Soviética estaba desarrollando su programa espacial y competía abiertamente con Estados Unidos. Y esto irremediablemente me lleva a hablar del protagonista: un hijo negro de estos dos países. Con un abuelo negro masacrado por el racismo estadounidense y acogido por la URSS, pero siempre añorando su pueblo y su gente. El piloto Smith es una mezcla de culturas y la confirmación alegórica de la paz, así como la unión de fuerzas para un futuro global y lleno de ciencia y saber.

Sobre los demás personajes poco hay que podamos comentar. Pasan sin pena ni gloria. Y eso es quizás lo que da más rabia. Tienen intervenciones profundas, como es característico en la prosa de Lem, pero nunca llegamos a averiguar cómo son realmente. Y lo que es peor, cuando los llegamos a conocer algo ni nos importa. No sé si me ocurre a mí nada más, pero me he sentido totalmente decepcionado con los compañeros de Smith. Siempre tan misteriosos y tan rematadamente pedantes que me costaba verlos en la utopía de la que partían. 

Por otro lado, hay mucho potencial desaprovechado en la obra. Caminos que podrían haberse seguido y que no llegaron a ningún sitio para terminar con una respuesta más que simple y decepcionante. Diría que el final es hasta cierto punto previsible. Por supuesto, Astronautas cuenta con sus momentos de aventura muy entretenidos y con sus giros de guion, que sirven de soporte a la obra y sin los cuales se vendría abajo. Sin embargo, una mayor cantidad de giros y una depuración más lograda de la narración la habrían favorecido muchísimo. También se ha echado en falta un poco más de la complejidad filosófica y antiantropocentrista a la que nos tiene habituados Lem y que tan bien cuajan en sus novelas. Con esto no quiero decir que sea un tostón la obra; no es así en absoluto. Sin embargo, se nota muchísimo que es el primera contacto de su autor con el género y que el tiempo no le ha sentado demasiado bien. Así que, para ir cerrando, tenemos una obra que, sin estar mal del todo, solo recomiendo a quienes sean verdaderos devotos del polaco.

Y eso es todo por hoy. Lean mucho, coman con moderación y namasté. 

PD: Iba a linkear alguna que otra reseña externa a este sitio, pero las que he visto te revientan el final y eso me parece hasta cierto punto cruel, así que he decidido evitarlo.

Más reseñas de obras de Stanislaw Lem en esta esquina: El hospital de la transfiguración, La investigación, El congreso de futurología


viernes, 7 de febrero de 2020

Abel Sánchez, de Miguel de Unamuno




Joaquín Monegro y Abel Sánchez han sido mejores amigos desde prácticamente su nacimiento. Siendo hijos únicos, se apreciaban como hermanos, a pesar de que el temperamento de cada uno es bien distinto. Abel es extrovertido, atractivo y creativo, mientras que Joaquín es misántropo, metódico y pasional. Hasta la juventud estos dos personajes se complementaron bien, aunque siempre existía una envidia de Joaquín hacia Abel, una pequeña espina que salía a flote de vez en cuando y que venía a recordarle que su amigo representaba todo lo que él no era. No obstante, el conflicto se originará cuando la Beatriz de Joaquín, su prima Helena (nombre grecolatino de causas belli), se enamora de su amigo en unas sesiones de pintura. No sabemos a ciencia cierta si Abel se enamora o no de Helena, pero sí que cede a sus deseos y decide casarse con ella. Este acto será entendido como una traición por su Joaquín, quien a partir de entonces guardará un odio insondable hacia Abel. Para curarse decidirá casarse él también con la primera mujer que se digne a quererlo, pero esto no salvará el rencor que lo corroe por dentro.

Unamuno construye una novela de referencias bíblicas donde se nos narra la obsesión de Joaquín-Caín con su hermano Abel. A través de los ojos del envidioso conoceremos todos los movimientos de Abel y sentiremos todo el cúmulo de emociones tanto buenas como malas que impiden avanzar a Joaquín, quien irónicamente se convierte en médico, pero es incapaz de curar su enfermedad, pues esta afecta al alma. Joaquín se convierte en un hombre en busca de la redención. Quiere evitar lo que su destino: poner fin a la vida de su hermano. Para ello se casa,  para ello acude a la Iglesia no siendo creyente, para ello tiene una hija, para ello quiere tomar al hijo del matrimonio odiado como aprendiz. Sin embargo, como decimos, esto es del todo insuficiente. Por ello, Unamuno juega a plantearnos una disyuntiva: culpar o no a Caín por su envidia. Sin duda, Joaquín es un hombre válido y su arte es mucho más útil y profundo que el de Abel (una "pasión inútil y meramente decorativa"), aunque este pinte deidades. Es un médico que salva vidas, que es capaz de apiadarse de los que nadie más se apiada. Y por otra parte (¡ah, amigo!) es un infeliz que dificulta la vida de aquellos que más le rodean: su mujer y su hija. Solo por la construcción de este personaje merece con creces la pena la lectura de la obra.

El tema central de Abel Sánchez es el cainismo entendido no solo como la envidia fatal entre hermanos derivado de un supuesto favoritismo por parte de Dios, sino como el modo de vida de los mortales sufrientes, de los seres cuyos sueños eran ya imposibles de partida. Me atrevería a decir sin miedo a equivocarme que Unamuno veía mucho cainismo en la naturaleza del español. O así me lo dan a entender las siguientes palabras:

"¿Por qué nací en tierra de odios? En tierra en que el precepto parece ser: <Odia a tu prójimo como a ti mismo>. Porque he vivido odiándome; porque aquí todos vivimos odiándonos."
La envidia nace de lo fraternal, de lo "cercano", dice Joaquín Monegro, y no hay nada más cercano que la gran familia que forja una nación como la española. Es conocido que el dolor por España que sentía Unamuno era intenso, casi tan grande como sus desengaños existenciales. Es algo que puede apreciarse en su poesía, pero que pocas veces se ve de forma tan directa en su narrativa. Aunque quizás no sea yo la persona indicada para hablar de esto, pues tengo pendiente aún varias de sus novelas, o nivolas, o como él quisiera llamarlas. Sobre el estilo, simplemente deciros que es exquisito. La narración es ágil y los diálogos son potentísimos. Que tenga más de cien años la obra no le quita ni un soplo de frescura. Algunas costumbres han cambiado, pero el pensamiento tarda mucho en amoldarse y la rivalidad, así como el sentimiento irracional de revancha que genera cadenas de odio y mueve a miles de millones de personas es tan actual que no se da un día sin que aparezca una noticia en los periódicos atribuible a esta cadena. No podía esperar menos del vasco: una obra de un nivel técnico apabullante comparable con su San Manuel Bueno, mártir. Tenéis más reseñas en Un libro al día (donde no se muestran muy entusiasmados), Koratai (donde se detienen en cuestiones técnicas que no abordo aquí por temas de tiempo) y, para un análisis mucho más profundo, Cicutrady

Por mi parte, eso es todo. Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseña de otras obras de Miguel de Unamuno en esta esquina: Amor y pedagogía, Niebla


sábado, 1 de febrero de 2020

La boca pobre, de Flann O'Brien



La boca pobre es una novela satírica irlandesa escrita en gaélico en 1941 por el irreverente Flann O'Brien, autor entre otras obras de En-Nadar-Dos-Pájaros, y que editó Nórdica con una traducción directa hace ya algunos años. En sus hojas se narra la vida de un prototípico irlandés pobre del suroeste del país, muy lejos de la influencia de Dublín y más aún de la de la metrópoli londinense. Bonaparte O Cúnasa es el hijo único de un presidiario y vive con su madre y su abuelo en la remota aldea de Corca Dorcha, cerca de las islas Blasket, donde el aire es tan pestilente y gaélico que cuesta aspirarlo, siendo heredero de la miseria de la región y de la lengua y las tradiciones de sus ancestros, las cuales le reportarán más desgracias que alegrías. Él, al igual que su familia y los vecinos del lugar, sobrevive como puede a base de patatas cocidas y alternando la vida honrada de la ganadería con alguna que otra pillería sin la cual seguramente habría muerto de hambre en el capítulo dos. Por lo que la trama de la obra se construye como una Bildungsroman con mucho ingenio donde la picaresca propia de la narrativa tradicional irlandesa cobra un fuerte peso. Corca Dorcha se presenta como un espacio verosímil, pero al mismo tiempo onírico, donde la larga sombra de la bestia mitológica gaélica conocida como el Gato de Mar (que entra en contacto con Bonaparte y que él describe como la silueta de la isla) se proyecta en el aguacero que se filtra en la chamizo donde duermen nuestros personajes y que es para ellos el pan de cada noche. 

El estilo recuerda mucho al del llamado realismo mágico. Tanto los espacios como los personajes se construyen con las teclas propias de las narraciones realistas sobre el devenir del pueblo gaélico que intenta parodiar O'Brien, pero cuentan con coletazos de la más pura extravagancia que le otorgan a la obra momentos muy divertidos y cargados de simbolismo. El narrador busca la aparente descripción objetiva de los acontecimientos, pero incurre en exageraciones a propósito y en intervenciones que resultan inconcebibles en el momento en el que se realizan. Para poneros un ejemplo, las primeras palabras del narrador cuando interactúa siendo un bebé con su abuelo son las siguientes:
"—Hace calor, hijo.
 —La verdad es que este fuego achicharra —le respondí—, pero fíjese, caballero: es la primera vez que me llama hijo. No hay peligro en afirmar que es usted mi padre y que yo soy su hijo, que Dios nos libre del mal y esté lejos de nosotros el demonio."
Y como este tenemos una ristra de momentos disparatados que hacen de La boca pobre una de las novelas más divertidas que he leído nunca. La obra refleja una Irlanda no muy conocida, pero que muchos tildarían de auténtica. Los capítulos se desglosan en pequeñas historias que van narrando situaciones puntuales a las que tuvo que enfrentarse el protagonista y su familia, en la que no solo debemos incluir al abuelo y a la madre, sino también a los cerdos, que duermen entre los juncos, a veces sin que medie un tabique entre ellos. Estos animales representan simbólicamente a los habitantes de Corca Dorcha. Son tratados como personas por el Viejo, por el inglés miope y por el lingüista del gramófono. Es decir, por la propia Corca Dorcha, por el Imperio Inglés y por la elegante Dublín. Ocupan un papel central en buena parte de la obra y constituyen una especie de hermanos para el protagonista.

En definitiva, una historia escrita con una gran agudeza y que tenemos la suerte de que ha sabido trasladar muy bien el traductor. Mi experiencia no puede haber resultado más positiva. Tenéis otras reseñas en Un libro al día y Solo de libros.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.